Sin embargo el tercer factor
en juego ya está produciendo cambios en las reglas y en los límites del tema.
Todavía estamos lejos de suponerlo un elemento equilibrante pero su observación
desde su inclusión al sistema como la posibilidad de producir límites a la
producción deben ser tomados en cuenta. Y me refiero al último factor social
mencionado que es el de la toma de conciencia del ecosistema.
Hace menos de treinta años la
ecología quedaba reservada a pocos hombres y mujeres, en general cercanos al
mundo científico. La humanidad estaba ocupada en explorar el espacio exterior,
aumentar los bienes y servicios para un mundo mejor, y en la pelea para
repartir el poder de ese mismo mundo.
El ecosistema era un hecho de
la realidad que se modificaba, del que el hombre era su gran responsable pero
que nadie consideraba importante su resolución.
Como suele ocurrir, algún
hecho de la historia pone en marcha una maquinaria que lentamente se despereza
hasta que entra en movimiento. Una guerra menor en Medio Oriente quebró
súbitamente la producción de petróleo. El mundo en su conjunto que disfrutaba
del exceso de petróleo de los pozos árabes se encontró con la escasez
energética y puso en evidencia, la fragilidad del sistema de producción y de
consumo de la energía. La Guerra de Iom Kipur dejó sin combustible los
surtidores de occidente y puso en grave peligro la calefacción de los hogares
del primer mundo.
Faltarían diez años para que
el tema de la ecología llegara a la trascendencia de las conflictivas del
trabajo y de la guerra, la desnutrición infantil o la defensa de los derechos
humanos, temas de importancia dentro de los organismos de las causas sociales,
pero de poco peso en las decisiones de los arbitrajes políticos y económicos.
Sin embargo pueden detectarse
algunos síntomas de que la inquietud con respecto a la ecología comenzó a
hacerse carne dentro de las sociedades. Vale la pena observar algunas señales
de cambios en el consumo individual, en las costumbres y en los hábitos.
No hace mucho tiempo que el
concepto de Calidad de Vida cobró importancia, digamos que a partir de mediados
de la década de los ochenta la figura del hombre con un vaso de whisky y un
cigarrillo colgando de su boca, ha perdido sentido estético. Aquel juego del
desafío a la muerte desde el descuido omnipotente a través de la velocidad en
los automóviles o motocicletas o las trasnoches humeantes alucinadas por la
psicodelia, han perdido vigor. La moda que comenzó inicialmente con las dietas
para adelgazar, terminaron alimentando
el aspecto puritano habital de las sociedades, se acuñó el término de fumador
pasivo, se limitó la venta del alcohol sin llegar a la altura de la ley seca,
pero de todos modos, se alimentó un estilo donde el cuidado del cuerpo propio y
ajeno, son el paradigma del concepto de la Calidad de Vida.
Apenas veinte años antes la
moda y los modos de la relación eran la antítesis de esa propuesta. A nadie le
importaba el cuidado de sí mismo o por lo menos, existía un inmenso grupo
humano que llevaba la transmisión de la cultura y desvalorizaba ese modo de ver
la vida y hasta la denunciaba por el egoísmo que proponía.
Por el contrario, a mediados
de los ochenta el yoghurt y la gimnasia eran los nuevos instrumentos de una
vida mejor.
La antítesis de estos modelos
es lo que me interesa señalar, independientemente de los resultados de uno y
otro modo de presentarlos. La influencia del SIDA completó quizás el círculo.
No sólo se exige un cuidado egoísta y personal, sino que el contacto puede
llevar a la muerte. A partir de esto, un recital como el de Woodstock se
presenta impensable, no tanto por la posibilidad de su realización sino por la
legitimación social de lo que significó. En los últimos tiempos no dejó de
consumirse drogas, alcohol ni tabaco, sólo que ahora la sociedad lo condena y
de algún modo lo culpabiliza. Sin embargo pretendo que algún aspecto de la moda
del cuidado del cuerpo excede al mero concepto de Calidad de Vida entendido como
cuidado estimulador del narcisismo.
Humphrey Bogart alcoholizado
en el film Casablanca con el marco de las escalas de Así Pasan los Años y el
humo del cigarrillo que lo rodeaba,
mostraba también un modo narcisista de héroe que proponía el modelo de
la época. Hoy ese héroe perdería peso al presentarse en esas condiciones. Ese
es el punto de la singularidad que me interesa destacar.
Quienes trabajan con el cuerpo y del cuidado como concepto totalizador,
consideran que el cuerpo es nuestra casa, es el lugar donde estamos alojados en
él y con él vivimos nuestros sentimientos, pensamientos y emociones. Ocurre que
luego de años de despreciar el cuerpo, en particular desde los intelectuales
que valorizaban nuestros sentidos como canal de nuestras emociones y
pensamientos, hoy se considera que nuestras piernas, estómago y sexo son partes
tan valiosas para nuestra vida como aquella que se sostiene debajo de nuestro
cuero cabelludo.
La casa entonces comienza a
ser cuidada con religiosa devoción. Ejércitos de cuarentones y cincuentonas
recorren plazas y parques al trote, infinitos tratamiento de nutrición aseguran
equilibrios vitales y las dietas, por supuesto también están las dietas que
cuidan el tan temible colesterol. Y esto es un principio.
Me atrevo a asociar este
fenómeno con el de la toma de conciencia del equilibrio ecológico aunque
parezca exagerado, tan exagerado como lo es el cuidado de los cuerpos propios y
ajenos enmarcados en el concepto de la Calidad de Vida. Diría aún a riesgo de
caer en una generalización, que los modos de cuidado son el indicio de un modo
reactivo de “pulsar” el desequilibrio ecológico.
Del mismo modo que durante
siglos el cuidado del cuerpo estaba mal visto o por lo menos ignorado, la toma
de conciencia de que el cuerpo es nuestra casa, es equivalente a que la Tierra,
nuestro viejo globo que gira, es la casa de todos los que andamos sobre ella.
Si bien parece esta una verdad
de perogrullo, es tan poco probable que la sociedad realice acciones en
dirección al cuidado del medio, tanto como lo realiza para cuidar los derechos
humanos en los lugares verdaderamente sojuzgados o de resolver la contradicción
del requerimiento de la eficiencia de los procesos de producción globales
frente a la necesidad de la realización de la individualidad humana.
N ¿Cuál es el punto de contacto
entonces entre éste fenómeno y la cuestión del trabajo? Algunos son generales,
y otros puede que sean específicos.
El trabajo está asociado a la
producción de bienes y servicios. Para la realización de unos y otros es
preciso contar con fuentes de energía. El concepto físico de trabajo desde el
punto de vista del segundo principio de la termodinámica, enunciado en pleno
positivismo decimonónico por Sadi Carnot, nos dice que para su realización, es
preciso contar con una fuente caliente y otra fría de energía. El trabajo que
pueda realizarse entre ambas, deja un residuo en la fuente fría que en un modo
más específico significa, que la realización de trabajo implica necesariamente
un aumento de la entropía del sistema. En términos menos específicos significa
que la realización de trabajo deja necesariamente un resto que será ó no
aprovechado como fuente para un nuevo proceso, pero que finalmente quedará como
residuo en la fuente fría final del ultimo proceso.
Nuestra Tierra para muchos procesos de interacción con el Universo es
una fuente caliente de emisión de Energía que permite que la Ley de la
tendencia a la máxima entropía se mantenga en equilibrio. Esto significa en
otros términos que la posibilidad de que nuestro planeta sea un emisor, permite
“limpiar” sus residuos a otros lugares considerados fuentes frías dentro del
sistema universal. En términos energéticos puros,si lográramos enviar todos los
residuos que somos capaces de producir al universo infinito, el problema del
equilibrio ecológico no existiría.
Pero nada es perfecto. En
principio no todo puede ser visto como principios energéticos puros, luego aún
si lo fuera, hay distintos modos de establecer “calidades” de intercambio y por
último y lo que es peor, el intercambio con el universo infinito está
relacionado con la energía intrínseca de la Fuente Tierra. Esto quiere decir
que por ahora las modificaciones de los niveles de energía respecto de la masa
que nuestro planeta es capaz de recibir del Sol, más la que tiene acumulada por
años en carbón petróleo etc., tiene proporciones acotadas respecto de su
emisión extraordinaria. Se entendiende como emisión extraordinaria aquella que
naturalmente el ecosistema no habría generado en forma espontánea.
Por años se supuso que todo
aquel hecho natural como erupciones de volcanes, terremotos o cualquier otra
forma de emisión de energía no eran hechos de emisión extraordinaria puesto que
de por sí, eran hechos naturales por los que la mano del hombre no había
intervenido.
Cualquier emisión en la que el
hombre haya intervenido, como una bomba atómica, el humo de una chimenea de una
fábrica o la quema del rastrojo en los campos, podía ser considerado de ese
modo un hecho extraordinario. Sin embargo, al definir los niveles en juego,
podría decirse que no todo puede ser considerado efecto extraordinario.
Si se tomara el conjunto
universo o tan sólo nuestro planeta como objeto de estudio, los hechos
extraordinarios pasarían a ser parte de un nuevo equilibrio, entendiendo esto
como que integrado, el hombre en su conjunto no modifica variables absolutas.
Visto desde ese punto, la acción que el hombre ejerce sobre el medio, podría
verse como un hecho “natural”, entendiendo
que el hombre es parte de la naturaleza por lo que es tan natural la
construcción que realiza un castor como la ejecución de una represa y por
extensión, la explosión de una bomba atómica.
Pero esa forma parcial de
observar el fenómeno deja de lado factores básicos para la vida del hombre.
Para la Tierra que el hombre está acostumbrado a vivir y que por el momento
necesita, no es suficiente el exclusivo análisis energético de la cosa.
Mares y ciudades poluídas,
basureros atómicos, errores de maniobras en centrales, represas hidráulicas que
rompen el equilibrio ictícola y por supuesto, la caza indiscriminada que genera
especies en extinción, ponen en peligro un modo conocido de vida hasta el
momento.
A principios de los años
ochenta ya fuera de los circuitos científicos, se tenía claro que el problema
no era el de encontrar fuentes de energía alternativas al petróleo como por
ejemplo la energía atómica o incluso la solar, sino que el verdadero desafío a
resolver era la administración de la energía disponible de emitir tal que generara
el residuo que la tierra fuera capaz de tolerar.
No alcanza con realizar los
procesos de elaboración lo más “limpios” posibles, sino que el límite verdadero
está en la imposibilidad de que el sistema lo tolere por el sólo balance
energético puro.
Esto que ya lleva más de veinte años de
trabajo desde los lugares más llanos adaptado a la cuestión ecológica
específica y por lo menos cincuenta años desde los círculos más estrechos,
encierra una realidad que hasta ahora no se había planteado. El hombre encontró
un límite a la expansión de su capacidad creativa que pronto se pondrá en
evidencia.
Quienes manejan las cifras
tanto desde los organismos de cuidado de los sistemas, como también desde la
industria privada, saben que el dilema está a la vuelta de la esquina. Los
niveles de emisión y contaminación han cambiado el clima del mundo y muchas
voces aseguran que ciertas calamidades atmosféricas están relacionadas con eso.
Hay un paso previo a la
limitación del uso de la energía y es el uso de la misma del modo menos
contaminante, vale decir, considerando que se tome el cuidado en la calidad del
residuo. Por ahora ése es un principio de contribución de las fuentes
generadoras de trabajo que hacen al cuidado del medio,ya que se está incluyendo
en las normas ISO 14000 el cuidado del medio ambiente. De acuerdo a las
especulaciones que se realizan en el ámbito científico el segundo paso, que es
la utilización de los procesos y de la energía como un bien escaso, está
acechando en ciernes. Queda un punto para aclarar al respecto de la limpieza de
los residuos. La paradoja se presenta del siguiente modo: Por el hecho de
purificar los residuos, es necesario invertir no sólo recursos económicos sino
que también, lo que se invierte es energía. En términos concretos, una planta
purificadora de agua o de aire, requiere de energía para funcionar, lo que
desde el punto de vista ecológico sigue siendo nefasto, ya que lo que se gasta
es el gran bien escaso futuro, la energía o lo que es peor aún, el residuo que
se produce por la emisión de esa energía de “limpieza”. Por lo tanto, cuanto
más se procura evitar el conflicto ecológico, por el otro lado se lo
incrementa. Por ahora éste es un límite de hierro que se incluye en el punto de
vista filosófico de Carnot.
Cualquiera sea el hecho hay
varias conjeturas que modifican el modo de encarar la organización del trabajo.
Consideremos que la computadora produjo una ilusión de eficiencia y de algún
modo, colaboró en la ilusión de progreso infinito tan cara al modo de ver la vida
desde mediados del siglo diecinueve hasta la fecha, el planteo del equilibrio
ecológico viene a poner un freno a tanta comodidad.
La limitación que el cuidado
de la ecología exige, coloca a la humanidad productiva en un dilema hasta ahora
desconocido. Similar a la conciencia de la muerte en las personas, el límite
ecológico todavía solapadamente, incorpora un ingrediente que modifica el modo
de ver el trabajo como extensión al dilema general de la limitación en sí
misma.
Aún frente al conflicto de los
misiles soviéticos en Cuba, la humanidad nunca se vio enfrentada a la hipótesis
de autodestrucción como hasta ahora. En aquella época, desde la acción directa
en las calles, como en las expresiones mediáticas de todo tipo, se reflejaba el
miedo y el repudio a un acto insensato de riesgo a la seguridad mundial. Luego
de ese episodio pasaron otros que dejaron al conjunto humano en un estadío de
acostumbramiento adormecido, adaptado a la posibilidad de la catástrofe. Hace
poco, frente a la hipótesis del descalabro de los sistemas (otra vez las
computadoras), también la humanidad
sintió el peligro inminente frente al síndrome del 2000. No sólo corría peligro
todo el sistema financiero, el de almacenamiento de la cultura y demás, sino
que lo que se suponía podía ser el gran riesgo, era que todos los sistemas de
misiles y ojivas nucleares, también eran controladas por computadoras.
Felizmente hasta ahora, desde aquel enfrentamiento entre titanes que fue el de
Kennedy y Kruschoff, hasta el síndrome 2000, la humanidad sigue, junto a los
que todavía la acompañan, arriba de esta inmensa piedra giratoria. Pero cada
hecho jalona una parte de la memoria colectiva.
Ahora, es la sola actividad
cotidiana la que produce si bien no la catástrofe inminente, una posibilidad de
muerte prematura, o quizás y ése es el detalle más engorroso, una vida
insalubre limitada cada día más, como aquel que por exceso del tabaco, alcohol
o drogas, mina su salud anticipadamente.
Si bien no es puramente
consciente en todos los casos, una pátina de rigor respecto de estas cuestiones
se está introduciendo en la actividad humana. Se nota cierto poco apego al
objeto de la actividad que se realiza. A pesar de los esfuerzos de muchas
organizaciones, por impulsar “cariño” en la tarea y la institución, cierto
desamor se pone de manifiesto entre los que participan del trabajo.
Es cierto que por lo dicho en
párrafos anteriores las condiciones en que se desarrolla el trabajo en esta
época dista mucho de ser amigable pero también es cierto, que jamás fue un
lecho de rosas.
Sin embargo, una cierta
mística hizo posible la construcción de las pirámides y de los principios
básicos de aquello que hoy es parte de nuestro día a día, la energía eléctrica,
el automóvil, la televisión, la red de Internet. Basta recordar el apego al
conjunto que hasta la década del noventa cualquier trabajador hacía de su
trabajo. Cierto enamoramiento hacia el producto o hacia el símbolo de la
actividad que desarrollaba, el trabajador del nivel que fuere, llevaba un apego
a lo creativo del objeto del negocio, de la empresa y de su trabajo.
Creo a esta altura suponer que
ese apego se está perdiendo. A tal punto que en otro artículo describo cierto
desdén, por lo que en algún momento fuera fuego de pasiones, las marcas y modelos
de automóviles en competición. A pesar de las campañas, los integrantes de las
organizaciones, están más preocupados por su propio crecimiento y seguridad,
que por lo mismo de la empresa donde trabajan.
El producto o servicio que
vende la empresa, pasa a ser una mera excusa para las compañías, las que
analizan la rentabilidad por área y por producto, ya que rápidamente dejan de
lado aquello que perturbe la normal política de la empresa. Si bien los
objetivos políticos y económicos han primado siempre, hoy más que nunca los
objetos que se producen tienen alma de papel.
También el espacio y el tiempo
de una persona en un lugar de trabajo aún en sociedades de trabajo demandado,
ha perdido consistencia de seguridad, tanto del lado de la empresa como del que
trabaja en ella.
Da lo mismo para muchos
fabricar chocolates que aviones. Desde lo personal se nota un desapego del
compromiso con las tareas y con los productos. Los funcionarios que han pasado
por entrenamiento en los últimos años en las grandes compañías, quedan
preparados para ocupar cualquier puesto en cualquier lado y esa es su mayor
capacitación que en general llevan puesta al ser valorados en las búsquedas de
nuevos trabajos. La ductilidad para el cambio y la capacidad para enfrentar
nuevos desafíos, son los bienes preciados para éste momento.
A pesar de que hasta ahora en
occidente no hemos llegado a los extremos de los trabajadores japoneses de los
años setenta, que realizaban huelgas por considerar que los productos que
fabricaban estaban perdiendo calidad en haras de máximas rentabilidades, los
trabajadores de cualquier actividad hasta los noventa, mantenían un orgullo
personal por el objeto o el servicio del que participaban.
Esta sensación se sostuvo aún
en plena lucha obrera de la primera mitad del siglo veinte. El orgullo por el
oficio y el trabajo era un clásico de las reivindicaciones clasistas y si bien
el trabajo organizado ha tenido cambios, algunos expresados en párrafos
anteriores, creo que buena parte de la modificación en el interés por la
actividad, tiene que ver con el conocimiento subyacente, de la responsabilidad
que las sociedades más desarrolladas tienen del deterioro progresivo al que se
expone nuestro planeta.
No pretendo decir aquí que un
trabajador del acero alemán o un ejecutivo de las finanzas inglés, se rasguen
las vestiduras porque tomaron conciencia de que su trabajo ensucia su casa,
nada de eso. Pero cierta parte de la verificación del colapso ecológico influye
en el inconsciente colectivo donde están insertos produciendo cambios en las
conductas ligadas al trabajo y a la producción.
No olvidemos que la dorada
década de los sesenta produjo los movimientos pacifistas que rompieron con las
reglas de la moral y de las buenas costumbres que hasta ese momento sostuvieron
a occidente, incluso corrieron el eje de las luchas sociales por valores
diferentes. El final de la década que jalonaría los acontecimientos del 68 con
la imaginación al poder en París ó las luchas revolucionarias de distinto color
en América, buena parte tuvieron que ver, con la consciencia de la
autodestrucción que generó la experiencia de Hiroshima y Nagasaki y la lucha de
la guerra fría con el acontecimiento de Cuba y los misiles.
La presencia del límite irá
proponiendo nuevos caminos alternativos a la Ilusión de La Eficiencia rompiendo
la apatía que en esta época propone la actividad humana.
Surgirán nuevos desafíos
superadores al del mercado actual que exijan a la sociedad emprendedora hoy
claramente pautada en occidente, a enfrentar el desafío nuevo de las próximas
generaciones y seguramente tendrá que tener en cuenta el uso de la energía como
bien escaso y de la tierra como fuente fría limitada.
Por otro lado, nada está dicho
respecto de los nuevos acontecimientos que vendrán, tanto en el terreno de los
equilibrios de fuerzas entre los actores readaptados del trabajo y de sus
también ajustados contratadores, como los nuevos usos de la computación,
comunicación y elementos superadores. Quizás, el nudo de mayor dificultad en
tanto y en cuanto el hombre siga produciendo en su planeta sea el último, ese
que hoy parece intrascendente para los actores del poder político, económico, y
de las representaciones del trabajo, pero que pone el verdadero límite a la
condición humana respecto de su medio.
La cuestión asociada al
trabajo en lo referente a la expulsión creciente de población de puestos de
trabajo sumada a la falta de cuidado por los resultados indeseables de un uso
irracional de la energía hace suponer que la humanidad se mueve en direcciones
contrapuestas a la supuesta razón.
Para poder ver algunos
fenómenos sociales como el descripto, podemos hacer uso de un instrumento
conocido llamado tensor, que no es mas que una matriz multidierccional de
vectores que representan la direccionalidad de cada tema a analizar. Es un
instrumento matemático algo complejo ( cada vector está representado por una
ecuación diferencial de varias variables) que se utiliza entre otros, en el
estudio de las fuerzas en su interacción. La interpolación de los aportes de la
física a los procesos sociales no va a ser el único en este trabajo.
Es a autonomía espontánea de
los acontecimientos, una vez ocurridos, suele explicarse desde las
justificaciones que las teorías del comportamiento humano conoce, como también
por asociaciones a conceptos fenomenológicos similares, tal como expreso en el
párrafo del tensor.
Este preámbulo viene a cuento
de suponer que el modo espontáneo de la utilización de los recursos productivos
y del cambio del uso de los factores de poder, orilla los límites del universo
en el que están inscriptos. Vale decir, que hasta que no se agota el estímulo
que se interrelacione con los otros y el modelo de interrelación que se
incorporó como ley, nada puede ser interrumpido por el mero albedrío de los que
son parte. Estos procesos se disparan y son disparadores en reacción en cadena
con otros, en un ciclo iterativo no convergente. Es decir, que si bien es
posible interpretar la tendencia, nunca puede definirse ésta como definitiva ni
asegurar su convergencia final, ni tampoco, la dirección posterior que la
supere. Por otra parte, los mismos factores sociales citados, son actores de
ese proceso por lo cual, no tienen distancia operativa para que puedan ser
modificadores de esa tendencia vectorial a la cual pertenecen. Podemos citar
para agregar otras similitudes físicas, el concepto de acción y reacción
propuesto por Newton. Cada vector que interviene en ese proceso, genera como
contrapartida otro complementario, que visto desde el vector generador genera
pautas reactivas de tendencia equilibrante. La construcción de ambas figuras
produce una tercera que la diferencia de las anteriores en un cuantum
establecido de carga y así sucesivamente se va armando la matriz.
Volviendo a lo concreto se podría
citar que la computación y la racionalización de los recursos, permitiendo que
más bienes y objetos sean resueltos por menos personas, no trae un cambio
formal del modo de resolver el trabajo en las sociedades.
Cuando las primeras
computadoras comenzaron a funcionar a fines de la década del cincuenta, se
suponía que la humanidad bajaría la carga horaria destinada al trabajo, la que
sería reemplazada por robots y proporcionaría mayor tiempo libre a las personas
para otras actividades. Sin embargo, pasado un tiempo y por todo lo observado,
la tendencia no parece ir en esa dirección.
La reacción a la supuesta
eficiencia ya fue desarrollada anteriormente y la respuesta a diferentes formas
de equilibrio, con el cuantum establecido también fue citado, por ejemplo al
hablar de la necesidad obligada del uso de la informática por todos los niveles
o la paradoja del incremento inimaginado del consumo del papel. El resultado
del manejo espontáneo de la mayor producción de bienes y servicios disponibles,
es la utilización en expansión geométrica de la energía y su posterior
conflicto entrópico.
Si nos remitimos al concepto
de Entropía como la probabilidad de ocurrencia de un fenómeno, podemos afirmar
que una partícula de agua en el punto superior de una catarata, tiene una
probabilidad determinada de caer por la cascada al lecho del río que la espera
en su cauce. Esa situación de inevitavilidad de los hechos, colocada en
paralelo con el tema de la energía y del trabajo, nos hace suponer que el
tratamiento serio del problema ecológico, deberá llegar a situaciones límites
hasta que la humanidad se fuerce a soportarlo. En otros términos, no es posible
conocer hoy a priori cual va a ser el mecanismo que se pondrá en juego para
producir esa matriz, donde el cuantum diferenciador debe ser necesariamente
limitador de la acción. Cuanta mayor acción hasta ahora, implica mayor consumo
energético y más aún cuando como ya se ha mencionado, se intenta “limpiar” la
energía. Podemos observar un primer vector en este inicio del siglo veintiuno
en las respuestas contrarias a la globalización desde los lugares y los
enfoques diferentes. Otro segundo vector que ya ha producido un enfrentamiento
con el límite, es la lucha por evitar la propagación del SIDA. Y por supuesto,
el trabajo sistemático que vienen desarrollando desde hace más de veinte años,
los grupos ecologistas desde sus diferentes posturas.
Quizás, el ataque a las Torres
dispare además directrices negativas otras variantes al respecto, no es posible
hoy saberlo y aún queda un largo camino por recorrer, sin dudas, ese mundo
inundado de ocio que esperaba aquel final del modernismo de mitades del siglo
veinte, para el siglo veintiuno haya quedado olvidado en el camino. Por el
contrario, el límite al trabajo es cada vez más lábil en la medida que azorada
la sociedad, no logra adecuarse a las imposiciones de las nuevas variables. A
pesar de la inmensa disponibilidad para la producción de bienes y de servicios,
el mundo del ocio está cada vez más lejos. Si pudiéramos retratar los vectores
de la ilusión del ocio por ejemplo y el de la necesidad de dar respuestas
laborales, veríamos que se dirigen a lugares con tendencias divergentes. ¿Acaso
el ocio humano es una condición ajena a su ser intrínseco? Trabajosamente la
historia nos ha enseñado que las sociedades que accedieron al ocio, fatalmente
transitaron la curva de su decadencia hasta en muchos casos, la de su
desaparición.
Hace más de veinte años un
ecologista argentino expresaba estos conceptos desde su cátedra de la Facultad
de Ingeniería de Buenos Aires. Me refiero al Ing. Jacobo Agrest. Se preguntaba
ese gran maestro, en que lugar de la curva estaba situada nuestra humanidad.
Estos conceptos de entropía –estropía eran vertidos con su singular brillantez
y particular verba y conocimiento. El punto en cuestión a que se refería, era
al de la curva de crecimiento de las sociedades realizadas en laboratorios con
moscas en botellas.
Explicaba el profesor, que
estudios del comportamiento de las sociedades se realizaban con simulaciones
varias. El experimento consistía en colocar una masa mínima crítica de moscas
en un volumen acotado, una botella por ejemplo. La curva de crecimiento
demográfico dentro de la botella, obedecía casi en una copia rigurosa, al que
experimenta el acero sometido a la tracción en la llamada Ley de Hook. Para los
que conocemos la curva del comportamiento del tan noble metal, sabemos que el
acero sufre un estiramiento elástico al principio muy prolongado de
comportamiento lineal. Posterior a ese momento, al seguir aumentando la
tensión, comienza el estiramiento sin retorno en un período llamado de
fluencia, donde la relación fuerza – estiramiento dibuja una especie de
serrucho horizontal inaugurando la parte de la curva donde los estiramientos ya
son superiores a la fuerza, para llegar a la última etapa, donde a pesar de que
se reduce la tensión, el estiramiento es inevitable hasta llegar a la rotura.
La observación con la
población de las moscas es la siguiente. Un primer período de crecimiento
lineal, un segundo período donde el crecimiento se detiene y mantiene un flujo
de población estable oscilante entre valores máximos y mínimos, para luego caer
a un descenso inevitable y continuo hasta llegar a la desaparición total de la
población.
Otra similitud aplicada a la
curva del acero se sugiere con el comportamiento que tiene ese metal cuando se
interrumpe el ensayo en los diferentes momentos de las tres estaciones. La
barra de acero en período elástico cuando mantiene un comportamiento lineal, al
interrumpir la carga que se la somete, vuelve al punto anterior, es decir no
guarda memoria del hecho. De realizar la interrupción en la fluencia y aún en
el primer período creciente de tensión – deformación, la barra ya no guarda las
mismas dimensiones y su resistencia física elástica aumenta hasta el punto en
que se detuvo el ensayo por lo que si se la somete a un ensayo posterior, el
período elástico se incrementa tanto cuanto se la estiró. Por otra parte, el
material se endurece, la curva se “empina “, lo que significa que se requiere
mas fuerza para lograr las mismas deformaciones que antes de la experiencia.
Esta característica se llama “acritud”, tiene como ventaja una mayor
resistencia, pero a cambio el acero pierde la fluencia, significa que llegado
al punto de someterse a la carga superior al de la interrupción del ensayo
anterior, la barra se deforma hasta el colapso, ya sin el aviso de la fluencia
y con un desenlace más rápido.
Don Jacobo Agrest en sus
cátedras de las mañanas de los sábados se preguntaba en que punto de la curva
se encontraba la humanidad en aquel momento, donde la lluvia ácida y el efecto
invernadero se habían instalado definitivamente. Asociaba la pregunta en
relación al vínculo con la energía a que la humanidad se sometía. Para esa
época, pese al respeto que por él todos profesábamos, entendíamos que de algún
modo, no hacía más que proyectar esa pregunta frente a su destino próximo que
inevitablemente le acechaba la vida. Por fortuna, he llegado hasta la fecha en
que escribo estas líneas donde si bien todavía estoy lejos del momento vital
donde el sabio pronunciaba esas palabras, tengo la distancia suficiente como
para comprender su sabiduría con menores prejuicios.
El paralelo en el análisis del
profesor se basaba en las curvas de la utilización de la energía comparadas a
las de funcionamiento de la sociedad de las moscas en la botella. Veremos que
ese modo de interpretar el corte de la matriz tensorial es poco inocente.
Para la época, el crecimiento
del consumo de la energía se mantenía creciente a lo largo del tiempo. No
obedecía a un comportamiento exactamente lineal, pero se lo podía interpolar a
los efectos de su interpretación. En los finales de los años setenta, la
pregunta que se hacía el anciano sabio, era a que distancia del período de
fluencia se encontraba la humanidad respecto del uso de la energía. Hoy, cuando
el tema está instalado, podemos suponer que si bien pueda no ser éste el
momento, la fluencia debe estar cercana. Surgen de inmediato más interrogantes
que respuestas respecto de este modo de ver las cosas:
Como el viejo maestro, hoy nos
podríamos interrogar ¿Es posible interpretar esa divergencia de la abundancia
de los recursos respecto de la insatisfacción de las necesidades sociales como
una posibilidad de que la fluencia ya haya sido superada?. ¿Es posible que un
uso racional de la energía coloque a la humanidad en un estado de acritud?.
¿Podemos interpretar que las modificaciones permanentes del ecosistema nos
indicaran que se superó el período elástico?
Volviendo al tema que nos
ocupa, ¿Qué influencia en el mundo del trabajo tiene este factor?
Ya se ha citado que la energía
y su uso es la base fundamental del universo del trabajo. Toda modificación en
relación a ella, gravita en los diferentes vectores que forman esa matriz.
Por ejemplo, el viejo dicho
que reza “lo que no te mata te fortalece”
¿estará ligado al concepto de acritud?. Se supone que cuando se menciona
esa frase se tiene presente hechos que modifican la historia de los
involucados, por lo cual lo que no mata es lo suficientemente doloroso como
para cambiar alguna posición supuesta de equilibrio, pero sin llegar al límite
de la rotura.
El fortalecido sale de esa
situación con una nueva propiedad de acritud. Aumenta su fortaleza pero también
su fragilidad. Es curioso y sugerente la utilización de la expresión
resiliencia apareada con conceptos del modo que hoy presento la de acritud. La
resiliencia por definición, es la capacidad medida en términos energéticos que
los materiales tienen para absorber el impacto. Volviendo a Newton, la ecuación
que liga al impacto con la cantidad de movimiento, generó el concepto de
resiliencia, la que suele medirse con ensayo de nombre Charpy-Darcy que obliga
a un péndulo calibrado a impactar sobre una probeta normalizada. El desvío que
el péndulo realiza luego del choque,
tiene una relación energética medida en Joules, que determina el grado de
resiliencia del material. Asociada a las ciencias sociales, la resiliencia es
la propiedad que tienen los grupos humanos para absorber situaciones límites.
Se considera que pequeñas situaciones de conflicto, incrementa la resiliencia o
lo que es lo mismo, la capacidad para absorber situaciones límites. Lo curioso
del hecho es que, la utilización de la expresión resiliencia no expresa los
precios que por esa fortaleza deban pagarse. Para los metales, habitualmente la
acritud baja el nivel de resiliencia ya que los metales con mayor ductilidad
poseen mayor capacidad para recibir impacto.
A diferencia de lo que se
propone para las ciencias sociales, en los metales la resiliencia es una
propiedad que se logra con tratamientos térmicos de cuidado para eliminar
tensiones, como por ejemplo el normalizado y el recocido, que son tratamientos
térmicos que se realizan en el acero para aumentar la resiliencia, todos ellos
son pasivadores de acritud, la que se obtiene por procesos de tensión de
deformación del grano metálico o macla.
Cada situación límite o por lo
menos de cierta tensión, colocan a las personas en estados antitéticos a la
resiliencia. Diría que una persona posee mayor resiliencia en los primeros
momentos de su vida a partir de lo observado en algunas catástrofes por la
capacidad de sobrevida que se observa en los bebés a pesar de su fragilidad.
Poseen mayor resistencia al hambre y a la falta de oxígeno respecto de los
mayores. De modo que la acritud implica que las fortalezas obtenidas a partir
de situaciones límites superadas, otorgan resistencia y fortaleza a costa de la
ductilidad.
Los actuales manuales de uso
del trabajo poseen modos operativos con aparente ductilidad, son sólidos y
eficientes. Habrá que esperar para ver en que medida podrán adaptarse sin
quebrantarse frente a situaciones que los superen en tensión. Del mismo modo
las relaciones laborales a partir del encuadre del cliente interno, tendrán que
ser observadas para analizar su comportamiento cuando sean sometidas a
variables superadoras de ese contexto, que sabemos que la condición humana va a
producir.
Y finalmente, frente al
desafío de la administración de la escasez de la energía,
habrá que estar atentos a la caída de la ilusión de la eficiencia, su
posterior repercusión y las de las respuestas que se puedan imaginar en ese
contexto.