lunes, 3 de febrero de 2014

Introducción


  Gracias a ese motor fabuloso que se propone en el hacer, el hombre representó su inclusión en la ley
 natural con obras que lo identifica de modo excluyente.
 
Las pirámides de Egipto, la Muralla China, la cápsula Apholo, la quinta sinfonía de Behetoven, la cúpula de la Capilla Sixtina, la Biblia, por citar algunos de los iconos de la inmensa red de logros que conforman esa construcción, fueron empujadas por ese motor citado y padecida también, por muchos de sus protagonistas.
 
El trabajo ocupa entonces un inmenso lugar que otorga entidad a la vida humana y además, es una excusa significativa de las luchas que se presentan en las sociedades.
 
No es ese el único factor pasional de tensión pero carga con la curiosidad de aparecer tramposamente racional y aparentemente inofensivo. Sea éste violento o formal en el terreno de la política por ejemplo, la chispa de la lucha atravieza con habilidad ese espacio que es el mundo del trabajo o lo es lo mismo, el de la economía.
 
La guerra de secesión en EEUU tuvo como detonante oficial el modo en que debía organizarse el uso de la mano de obra esclava. Otros factores de índole religiosa, racial o de corte cultural completaron el cuadro. Pero la excusa por la cual se desató la contienda estaba asociada a motivos de organización económica. Los habitantes del siglo veinte hemos vivido sometidos a la división del mundo en dos bloques que llevaban una mirada diferente de la vida de las sociedades donde el eje de la disputa, estaba asociado a como debían encararse las organizaciones del trabajo y de los factores de producción.

 Las jornadas de lucha política de los últimos años del siglo diecinueve como los de la primera mitad del siglo veinte también estuvieron teñidas por condiciones el mismo tenor, de modo que la actividad laboral suele ser el escenario en tiempos de paz, del componente de agresión y el significante de la tensión en las sociedades, que si bien suele ser manifiesto, no siempre se lo toma en cuenta de ese modo.
 
Recordemos que los griegos sin embargo, despreciaban el trabajo y no sólo el manual, sino que también el de aquellos que ejercían los emprendedores de la industria y del comercio. Sin embargo fueron ellos los que forjaron la base de la estructura filosófica que abrió las puertas de las matemáticas y de la física y que potenciaron los resultados de la actividad humana hasta nuestros días. Hoy nadie duda que aquello que realizaban aquellos sabios es trabajo porque la actividad intelectual, se ha transformado en un factor de producción muy poderoso.

 Este artículo se está escribiendo desde el quinto día del inicio del siglo veintiuno y me propongo echar una mirada sobre nuestro pasado cercano, aquel maravilloso siglo que terminó con sus logros y con sus cambios.
 
Pasamos desde las las luchas por jornadas de ocho horas, Chicago y Primero de Mayo hasta hoy, donde una oferta de técnicas de gerenciamiento proponen pautas novedosas que aportan al tema y que ponen en la lupa la formación de líderes compartidos, las normativas de calidad global de manuales con normas ISO y la pauta de capacitación permanente para posiciones de cualquier nivel dentro de una organización.
 A pesar de tantos avances y habiendo transcurrido mas de un siglo, nos encontramos con la paradoja de un regreso paulatino a los inicios de las causas de las primeras luchas.
 Esto que escribo ocurre en Buenos Aires, cuidad capital y centro económico de un país en recesión desde hace poco más de tres años, pero ciertas cuestiones generales del comportamiento en el trabajo pueden extenderse a otros escenarios.
  Volvamos al trabajo, es una actividad que ocupa más de la mitad de nuestra vida activa, en el mejor de los casos apenas un cuarto del tiempo de vigilia lo destinamos a otras actividades. En la inmensa mayoría de los casos el trabajo propone una relación de intercambio del tiempo por dinero, primera cuestión a tener en cuenta.
  Mucho ó poco, el dinero es un primer indicador para medir el “éxito” del trabajo. Además de sostener nuestra cotidianeidad, el dinero nos coloca en la estructura social que nos relaciona con el mundo y posibilita “ese lugar en el mundo” donde se desarrollan otras partes de nuestra vida, por lo que el trabajo además de dinero, agrega otros aspectos de la vida como relaciones y afectos.
  Podemos deslizar que al igual que otras ocupaciones el trabajo no es “químicamente puro” tal es así, que se hace cargo además de algunas pasiones.
  Éste es el punto donde trabajar si se pretende ofrecer aportes para la mejora en la vida que nos toca, porque ese motor que es capaz de realizaciones que nos enorgullecen, también puede producir grandes dolores.
  Haré algunas observaciones históricas del pasado inmediato y luego intentaré introducirme a ese universo enmarañado de las leyes de la dinámica del hacer.
  En los últimos veinte años se han producido hechos trascendentales para los cambios de la vida de las sociedades occidentales. Podríamos citar varios, pero me propongo detener en tres que responden a hechos sociales de distinto tenor.
  El primero es la caída del muro de Berlín y por ende el colapso del mundo Socialista  Soviético. El segundo de orden específico, es la aparición de la computadora personal y el tercero, el impacto de la conciencia de la ecología en el mundo y la aparición del concepto de “calidad de vida”.
  Posteriormente abordaré los escenarios intrínsecos, la producción de bienes y servicios, las empresas y la singularidad de su tamaño, el conflicto y el deseo en el trabajo y la mujer y el hombre en el trabajo.
  Un hecho trascendente ocurrió sobre el final de este material, no hago más que su mera mención y alguna especulación sobre su influencia, ya que es lo suficientemente reciente como para evaluar sus consecuencias y me refiero al ataque a las Torres Gemelas y al Pentágono el 11 de septiembre del 2001 que colocó a la humanidad en un estadío de guerra entre el estado más poderoso del planeta y un enemigo cruel y difuso.

Hubo un tiempo que fue hermoso



  El nuevo orden político mundial una vez demolido el muro de Berlín no pareció inicialmente impactar sobre el mundo del trabajo del mismo modo que a otros niveles, como los ideológicos formales, los políticos y los filosóficos. Sin embargo, rápidamente la dinámica que produjo el cambio, registró modificaciones sustanciales en el interjuego de los actores.
  Si observamos indicadores puntuales, es posible descubrir que en poco tiempo, aquellos motivos por los que se enarbolaron las banderas de las luchas obreras de un siglo atrás, volvieron al tapete y no sólo se mantienen vigentes, sino que algunos logros obtenidos cayeron por la fuerza de los hechos, muchos de ellos obtenidos aún antes de la Segunda Guerra Mundial.
  Las nuevas formas de comercialización y de producción de bienes y de servicios colocaron al cliente en el centro de la escena y la competencia cerró filas para la satisfacción permanente y la generación de necesidad completa del usuario.
  La aparición de los Centros Comerciales abiertos durante todos los días de la semana, algunos de ellos las veinticuatro horas del día, dieron respuesta a otros hábitos de trabajo y de consumo, permitieron la abolición de hecho de la jornada exclusiva de ocho horas, del descanso de los fines de semana fijo y de las compensaciones por la rotatividad de horarios y de lugares de trabajo. 
  El cambio de los potenciales de poder entre las ofertas y las demandas de trabajo puede asociarse entre otros factores a la ruptura del equilibrio de la tensión entre los dos modos de la propuesta de organización política. Las fuerzas del trabajo en occidente perdieron una excusa de intercambio ya sea desde los que defendían los principios socialistas como los que no adherían a las izquierdas tradicionaless pero que por el contrario, se reservaban ocupar el sitio del resguardo de los valores de occidente como arma de negociación.
  Aquí en la Argentina el sindicalismo peronista fue un ejemplo de movimiento de trabajadores que utilizaron hasta el hartazgo este argumento incluso dentro de sus purgas internas.
  De modo que la posibilidad de alejar a los zurdos dejó de ser una actividad rentable a los ojos de los demandantes del trabajo porque su peligrosidad se había demolido como en un castillo de naipes.
  Por otra parte las fuerzas de la izquierda tradicional recibieron el impacto del fracaso de la apuesta socialista de modo terminal. También ellos ya sea desde el apoyo a la propuesta soviética como desde su crítica, tenían basado su trabajo político apoyado en el potencial inmenso que había en los “países del otro lado de la cortina de hierro”.
  Los representantes del trabajo organizado no recuperaron hasta la fecha el protagonismo que habían obtenido desde los inicios de la revolución industrial en su etapa positivista plena o en los finales de los años setenta donde el trabajo ya representaba otros intereses.
  Esta situación se puso en evidencia en aquellos que participaron activamente para la factibilidad de esos cambios como el caso del Sindicato Solidaridad polaco.     
  El otro factor que ha incidido en la modificación es la fuerza laboral de alta capacitación disponible desde los países del Este.  Finalmente La Cortina se corrió en su etapa agotada y las empresas del mundo oriental ineficientes respecto de las capitalistas, ofrecían personal de alta calificación que rápidamente por costos menores salieron a competir en occidente. La sorpresa no permitió siquiera que los supuestos vencedores sacaran el partido necesario. Supongo que esta situación encontrará puntos de equilibrio como habitualmente ocurre.
  Pero estos apenas son condimentos que sasonan el guiso. Quiero dedicarme a cierta modificación sutil entre las relaciones de los distintos factores en juego. Ya voy a ampliar el término de ilusión de la eficiencia al referirme a las computadoras personales pero con relación al cambio de la figura política global, esta ilusión de la eficiencia tiene una manifestación singular.
  La victoria del sistema capitalista tomó registro lentamente, luego por desprendimiento se fueron profundizando ciertas tendencias regresivas que no hicieron más que avanzar sobre el terreno fértil que dejaba la ausencia de los factores equilibrantes.
  Hubo algo más que tiene que ver con el término de la ilusión de la eficiencia que si bien no es ajena al universo político, por lo menos no aparece con la trascendencia de los otros hechos.
  Desde Taylor y Ford, la organización de las empresas comenzó a ser parte del estudio de la competencia de la productividad y de la toma de las ganancias. A partir de la victoria de los Aliados sobre El Eje, la división del mundo se fijó, se profundizó la competencia y las relaciones humanas cobraron fuerte peso dentro de las organizaciones del trabajo. Ya no eran sólo la interface entre los intereses en pugna de contratados y contratadores sino que, se transformaron en la herramienta para motivar y organizar las propuestas. Eran parte de la eficiencia y del mejoramiento de los costos, la tendencia se situó en búsquedas de mejoramiento operativo, se incorporaron psicólogos en las empresas y se modernizaron los planteos racionalistas Taylorianos. Los recursos humanos se transformaron en un insumo más. 
  Sobre los finales de la década dorada de los sesenta, esa tendencia se revirtió a la luz del incremento del poder de las organizaciones de trabajadores en relación a los directivos de las empresas, recordemos que coincide con la ofensiva mundial de la política exterior Soviética y de la guerra de baja imágen de los EEUU frente a los vietnamitas.
  Poco antes de la caída del muro, cuando las cartas ya estaban echadas, nuevamente el management entró en su desarrollo explosivo y salió con respuestas a las demandas de la nueva organización social.
  Un modo particular de trato comenzó a percibirse a partir de la década de los noventa,
un retorno a los absolutos acuñó expresiones pomposas como “Calidad Total”, “Cliente Interno”, formación de escuelas de negociación y liderazgo y de entrenadores personales en la búsqueda de mejores resultados en el rendimiento de las personas en un ciclo iterativo de capacitación permanente. Se desarrollaron técnicas de análisis de gestión, el comportamiento humano se dividió en tantas partes como fue posible estudiarlo para su posterior manejo y evaluación, se comprendió que no era suficiente sostener el rol desde el espacio delegado sino que también desde la función ejercida y la valorización se transformó en una nueva herramienta de poder. Los recursos humanos aplicaron la racionalidad productiva modernista al de las funciones dentro de la organización, introdujeron la instrucción sistémica de la manipulación de propios y de terceros de modo mecánico.
  En un modo simplificado de mostrar las cosas, un funcionario puede ver el desempeño de su trabajo del mismo modo que un deportista, para lo que necesita permanente capacitación del mismo modo que el deportista entrenamiento, por lo que los capacitadores han proliferado como entrenadores personales, a tal punto, que el término actual de ciertos capacitadores es casualmente ése, entrenador o su término en inglés coach.
  Ese modo de ver las relaciones del trabajo desnuda la realidad del intercambio de las personas en la comunidad laboral, la competencia está determinada en un marco claro de respuesta esperada. El equipo que se forma para el logro de una actividad es el que compite y su nivel de resultado es evaluado tanto como equipo como por el desempeño de sus individualidades.
  Del mismo modo que un equipo deportivo, las individualidades tienen mediciones comparadas por sus resultados, por su capacidad y por su aporte para lo grupal. La exigencia por los resultados es la nueva ley, los objetivos de la empresa son públicos para todos los interesados y se realiza un pacto de silencio para aquellas premisas que deban ser de exclusivo interés de la compañía. Se pretende direccionar lazos de confianza con los cuadros operativos tanto como con los ejecutivos.
  Además se normaron los procesos a modo de intervincularse las diferentes empresa que participan del resultado final. Se encontró un camino más efectivo y menos violento para las relaciones laborales con resultados mejores. Sin entrar en la descripción de lo que significa la ejecución de los manuales de calidad, podemos considerar que los objetivos están dirigidos a la construcción de indicadores que midan la calidad de los productos, servicios y de la vida de aquellos que intervienen en los procesos, con la intención de modificar y mejorarlos permanentemente, entre los cuales no se deja de lado por supuesto, la rentabilidad.
  Todavía están por verse los resultados de estos trabajos, pero ya se han logrado cambios sustanciales observados como éxitos, entendiendo como tales, la comprobación de resultados esperados de acuerdo a objetivos trazados.
  Estos modelos mejoran los estados de cosas anteriores donde la violencia estaba presente en la obligación de ejecutar una actividad forzada dentro del marco laboral y que ponían en juego fácilmente los modos arbitrarios de trato de superiores a subordinados, de clientes a proveedores y aún entre pares, con diferentes estilos de sometimiento de unos sobre otros y de negociaciones de brusco tenor. A partir de los noventa, ser efectivo implica el logro de los objetivos con la presión necesaria pero manteniendo las buenas formas y el comportamiento esperado. El resultado de todo ese trabajo es notable. La presión es un factor predominante, la metodología está centrada en la administración de esa presión adaptada a los circuitos transaccionales de modo de quedar integrados en una maquinaria similar a la que mostraba Chaplin en Tiempos Modernos, pero con el estilo de las antiguas maestras que con el oficio, daban el chirlo con guante de seda.
  Las normativas son rigurosas, todo acto de violencia descalifica al que lo ejecuta salvo que pueda justificarlo desde los hechos. En los últimos tiempos me he encontrado con personas sometidas a presiones que los superan obligándolos por ejemplo a realizar tareas fuera de horas, sin siquiera  conseguir el objetivo tal como fue solicitado y sometidos al menos al temor del descrédito.
  Por circunstancias cercanas al estímulo respuesta, los sujetos se ven en situaciones humillantes enmarcadas con el recurso del trato elegante sin posibilidad de respuesta y con necesidad de sobreadaptarción.
  El secreto de esa presión lo podemos encontrar en la exigencia compulsiva, muy cercana al concepto de subordinación y valor clásicos en las organizaciones militares. Esta presión es el eje del sistema. La compulsión es necesaria para otorgar arbitrariedad a la solicitud y a la relación. Quien realiza la tarea nunca tiene claro que termine siendo felicitado ó sancionado una vez que sea evaluado. Ese modelo de relación es traslado por el actor a quienes deben producirle respuesta en cascada.    
  La evaluación sistemática por otra parte, tiene como principio rector generar “situación de examen”  entre los protagonistas.
  Como habitualmente ocurre en las organizaciones humanas, suele observarse un doble discurso cargado de términos halagosos para la tarea y para las personas que intervienen en la misma. Recordemos que desde estas mismas páginas se sostiene que el trabajo es uno de los actos más nobles que conoce la humanidad, por lo que los decálogos de objetivos suelen estar cargados de conceptos de nobleza que llegan a lugares pasionales de aquellos que participan.
  Estos modos de relación suelen provocar acciones de absurda heroicidad observadas fuera del contexto. Es verdad que fuera de contexto es difícil no juzgar un acto heroico como absurdo, por eso el análisis del contexto es el que me interesa desarrollar.
  La condición humana nos seduce por sus modos sorpresivos de manifestarse, es así que un sujeto sometido a un acto de guerra suele asesinar y ser asesinado sin que medie otro motivo más que el contexto. Quien observara fuera de su contexto a un soldado enrolado que no posea convicciones patrióticas o ideológicas, repite la consideración del absurdo de la acción.
  Si cambiamos el medio pero sostenemos los ejes que permiten esa circunstancia, nos encontramos con el resultado de esta nueva forma de relación laboral de esta etapa de la historia.
  Un soldado que pelea, incluso aquel que lo realiza por decisión, abraza siempre la ilusión del fin de la contienda. Sea como fuere, existe un puerto donde atracar en algún momento una vez concluida la tormenta.
  El habitante que ingresa al siglo veintiuno, transita su vida como los antiguos navegantes solitarios que intentaban llegar hasta el fin de los mares. Si nos retrotraemos al modo que hizo grande el Sueño Americano, el Cow Boy es el ejemplo clásico del solitario que cuenta con sólo su omnipotencia contra las inclemencias externas. No me interesa explicar cuales fueron los motivos a mi criterio que hicieron de Estados Unidos de América la nación más importante del planeta hoy, simplemente basta con aceptar la premisa de que hoy lo es y lo ha sido durante todo el siglo XX.
  Por otro lado luego de la segunda guerra mundial, EEUU se colocó como la nación guardiana de los intereses de occidente, participando de modo directo en la refundación de los tres grandes derrotados dos de los cuales hoy, son las potencias económicas que le van a la saga.
  Luego de la segunda guerra, EE UU participó de otras guerras menores con suerte dispar que no fueron más que pequeñas batallas de una gran guerra que el mundo disputaba.
  La llamada guerra fría era la verdadera Gran Guerra que ponía en juego el destino del planeta.
  Ambos bandos sostenían planteos absolutos, lo que les aseguraba la inexorabilidad de los procesos históricos, de modo que EE UU reforzó su guardia del mismo modo que la URSS, para que los sagrados intereses les sean respetados.
  Acabada la gran contienda, lo de la inexorabilidad se tradujo en el traspaso a cierto modo de vivir, entendiendo que el momento histórico social finalmente había e llegado, por lo que ciertos hábitos bélicos se filtraron en el entramado social, de modo que terminó primando el concepto de ganancia en toda actividad del planeta.
  Me interesa citar como ejemplo la firma Mc Donalds. Es una empresa con presencia en casi todo el planeta, es quizás el empleador más importante en cantidad de personas, es el paradigma del éxito comercial, posee una política agresiva permanente de demolición de su competencia, ha sido innovador en todos los manuales de gerenciamiento de su tipo y ha sido objeto de identificación de penetración cultural más que otros significativos como sus socios estratégicos, Coca Cola y Walt Disney.
  Es curioso que esa firma se haya hecho cargo de los reclamos a la globalidad, aún en países clásicos aliados de EEUU, como Francia ó Gran Bretaña. Ese modo al que me refiero de crítica se ha acuñado con la expresión MacDonalización. Sabemos que las expresiones populares, aún las inducidas,  guardan aspectos proyectivos en sus pliegues. Conceptos demonizadores como narcotraficante, subversivo o neoliberal, llevan consigo una definición de distancia del mismo modo que los bárbaros para los romanos o gentiles para los judíos, pero además, estos primeros llevan la carga implícita de la peligrosidad para la sociedad.
  Para quienes acuñaron la expresión MacDonalización y del modo que la utilizan, esa segunda acepción de la palabra les viene mas ajustada. Aprovechemos esta posibilidad que tenemos para llevarla a las cuestiones que estamos desarrollando.
  Quien haya conocido el material de entrenamiento del personal de operaciones de esa firma, rápidamente puede observar que el eje formal de la propuesta gira sobre el cliente, su confort y su satisfacción. Hasta aquí, es un modo natural de funcionamiento de los sistemas de relación con el cliente conocido como CRM (customer relationship management), del cual seguramente ellos fueron pioneros y que seguramente seguirán mejorándolo para seguir siendo innovadores.
  Eso que ellos llaman experiencia Mc Donalds, empieza con el convencimiento del servicio a ese tirano del cual es el objeto del negocio. Es interesante el modo con que se busca vincular la satisfacción del cliente con la disciplina del trato correcto  y cordial. La presión que se ejerce sobre los funcionarios desde su calificación hasta su clasificación de entrenamiento, es muy similar al régimen de promociones militar. Un funcionario de planta MD lleva un distintivo que lo califica en ambas áreas, vale decir que cualquiera que conozca los códigos puede identificar el puesto o grado de esa persona. Similar a los galones que llevan los suboficiales y oficiales de tropa, los uniformes obedecen las mismas consignas. Obviamente también esos funcionarios poseen incentivos de orden grupal, compitiendo luego consigo mismos para aumentar el rendimiento y ventas de cada local y compitiendo con los otros locales del área con motivaciones económicas directas. En general, los salarios que paga la firma son bajos y sin embargo, obtiene una dedicación y un compromiso por la tarea que provoca envidia a cualquier empresario.
  Ese es el trabajo de recrear el contexto. La misma persona por mucho menos prefiere la tarea en MD y no en otro lugar de remuneraciones mejores o trato supuestamente superior. ¿Cuál es el misterio?.
  Hay varios motivos en juego, muchos de los cuales siguen siendo un secreto de la firma y no es este trabajo intentar develarlos. Vale la pena profundizar sobre los puntos del trato del garrote que antes señalaba donde esa empresa es líder y ejemplificadora.
  Volvamos al eje de la cuestión. El cliente es lo más importante. Slogan explícito que esconde un mensaje implícito. Ex profeso dejé planteado el término de que el cliente es un tirano. Debemos brindarle lo mejor que tenemos y aún más. Debemos acercarnos con una sonrisa a pesar de que la ira nos perturbe por el modo o trato que recibamos de él. Debemos agasajarlo para evitar que la ira del cliente comience. La experiencia MD pretende hacer sentir a cada cliente un Rey absoluto con un séquito de jóvenes dispuestos a atenderlo. Parte del éxito de esa política se basa exclusivamente en la perfección sistemática de modificar los saludos, agregar obsequios a veces tan sencillos como una vincha de papel, proponer pequeños juegos a cada niño o cualquiera de los métodos que el márqueting moderno investiga y aborda. El punto apunta a la forma en que se le transmite a cada funcionario y al mensaje implícito subyacente.
  Todo protocolo es estudiado y observado, posteriormente calificado y propone una rutina de entrenamiento y capacitación. Existe un tiempo standard para cada puesto, superada la permanencia en el mismo sin lograr los objetivos, es difícil que el funcionario siga en carrera. Si por algún motivo un cliente elevara una queja que perturbe los códigos que se esperan para el trato, es posible que no sólo los funcionarios involucrados, sino que también el gerente de turno padezcan sanciones irremontables. Se entiende que si bien cualquiera coincide en que el cliente es la llave del negocio en casi todas las actividades comerciales, pretendo señalar la carga que lleva el mensaje institucional. A partir de ese momento, todas las direcciones exigen la adhesión absoluta, la realización de lo que se espera de cada uno, y el plus necesario para demostrar que se está en condiciones de seguir en carrera para superarse a sí mismo, pero fundamentalmente a los otros.
  Desde el otro lado del mostrador se debe percibir el doble mensaje, quizás desde un espacio inconsciente o quizás también, desde que la compañía no sólo se ve desde su acción operativa, sino que por su tamaño, ocupa un espacio preponderante en el mundo de los negocios.
  El mito del nivel de eficiencia en sus áreas operativas y transaccionales, la ha colocado en un punto donde la violencia de ese modo de funcionamiento es lo suficientemente más significativo que el de otras y por su porte, ese nivel de violencia se expande sobre el mercado proveedor en un flujo expansivo con progresión geométrica, la que la ha llevado quizás a cargarse el sambenito.   
  Por lo tanto, en este momento de la historia, el trabajo está más cerca de las instituciones laborales que demandan que desde la fuerza misma de la oferta y es curioso que esto que se observa de cambio de trato, ocurre en empresas clásicas corporativas americanas como IBM o EXXON por citar a algunas, que fueron otrora oasis de clima de trabajo y que hoy también están regidas por la ley general.
  Nuevos autores ligados al gerenciamiento fijan el foco en las personas. Recientemente se han realizado encuestas con el fin de mejorar el clima de trabajo. Es una nueva lectura que pretende profundizar las contradicciones del viejo problema. Entendiendo que el trabajo es aquello que nos permite ser mejores, estamos en la búsqueda del camino en que resulte lo más agradable posible. El modo en que los autores miran la cuestión es la siguiente. Si las empresas deben competir permanentemente para obtener mayores ganancias, el deseo de los que intervienen en esa gestión potencia esos logros. Aún en el caso de que estas premisas estén ocultando el posible doble discurso, vale la pena seguir aceptando esa premisa y desarrollarla aún corriendo los riesgos.

   Este modo de ver las cosas está inscripto dentro de un contexto que hoy la hace desfavorable. El entorno que permitió estas premisas fue el de la expansión económica de los últimos años del siglo veinte en EEUU y Europa. La recesión que comenzó con este siglo, incrementada a partir del acontecimiento de las Torres Gemelas seguramente atenta con esto.   

Aquella maldita máquina


  Pero no todo es política o por lo menos no todo puede ser visto desde ese lugar. Y vuelvo entonces al concepto de la ilusión de la eficiencia. Y bien vale la pena trazar alguna relación con respecto a la eficiencia. Podemos decir que un proceso es eficiente, cuando logra su objetivo con los menores recursos posibles. También ese término puede ajustarse aún más, cuando se intenta definir niveles de eficiencia, de modo que es posible medir hasta qué punto pueden lograrse esos objetivos y por otra parte, hasta qué punto pueden o deben ajustarse los recursos. Otro modo de medir los niveles que complica la eficiencia, es la incorporación de otras variables que modifican los criterios de eficiencia. Y éste es el punto donde aparece el concepto previo a la eficiencia. La ilusión.
  La computadora existe como recurso desde mediados de los años cincuenta. Su utilización a nivel comercial se expandió fuertemente en los sesenta y en los setent, pero sólo estaba limitada a los grandes emprendimientos humanos, empresas, estados, universidades.
  Es decir que, si bien la computadora existía y ya había comenzado a generar la transferencia de la habilidad de los hombres a las máquinas, del mismo modo que en la revolución industrial se transfirió del artesano al obrero, sólo con la aparición de la PC el cambio se tornó vertiginoso.
  Lo que esperó decenios para formarse, en apenas un lustro explotó avasallando. Si bien las computadoras ya habían desplazado la carga de trabajo, la PC cambió los requerimientos transformándolos bruscamente.
  Quedaron atrás puestos claves como mecanógrafas, estenógrafas, perfoverificadoras tan clásicas en la etapa inicial de la computación, dibujantes técnicos y fruto de su proyección mayor a partir de la robótica, puestos tradicionales de operarios de la industria.
  Ese aparato nuevo que apareció hizo que las cosas resultaran más fáciles y se realicen mucho más rápido. Todo el mundo supuso que la desaparición del empleo sería inmediato y que actividades como la fabricación de papel acabarían al poco tiempo.
  Sin embargo, del mismo modo que en la revolución industrial la máquina no desplazó al hombre, sino que por el contrario, igual que en aquel momento que una vez definida la organización del trabajo, la demanda de puestos de trabajo desplazó la población del campo a las ciudades, esta máquina nuevamente corrió las habilidades a otro tipo de demandas.    
  Pero alguna sutil situación se presentó una vez que la máquina se puso en juego. Por un lado la máquina maravillosa hacía de todo y todo era posible hacerse con ella, pero el resto de la actividad humana seguía siendo tan imperfecta como hasta la llegada de ella. Ubicada desde las corporaciones hasta en los mínimos comercios, la actividad alrededor de la PC creció al mismo ritmo que ofrecía respuestas.
  Poco a poco cada modelo de máquina entraba en obsolescencia técnica más rápidamente, no sólo desde el hardware, sino que también desde los software. Como una paradoja curiosa, la industria del papel aumentó su producción de un modo tan explosivo como el de las PC, puesto que las impresoras ofrecían llegar con papel a usuarios de modo sencillo y la sensación corporal que ofrece el papel hasta ahora, no ha podido ser sustituido por la pantalla.
  La creatividad y la competitividad humana se pusieron en juego en una espiral virtuosa, proponiendo a cada momento diferentes modos de producción de bienes y de servicios. Por último, su fase más desarrollada es la actual con la comunicación a través de internet, lo cual permite el tránsito de la información y el contacto de un modo inimaginable hace apenas pocos años.
  Hasta aquí todo parece que funciona bien. Si hasta hace veinte años la actividad humana más importante estaba ligada al acero o a la energía, hoy el entretenimiento ocupa el primer lugar. Ya citamos previamente que MD es quizás, la más importante demandadora de mano de obra.
  Es posible que las sociedades productivas todavía no se hayan adaptado al vértigo que les toca. La humanidad, necesitó de casi un siglo para procesar la revolución industrial. Es común descubrir que los jóvenes rápidamente se adaptan a todo nuevo cambio con esa capacidad infinita de procesar que tienen, pero la humanidad productiva actual, en puestos de cierto relieve, y más aún, desde los lugares de gobierno, está compuesta por personas que superan los cuarenta y hasta los cincuenta años de edad.
  Conviven por lo tanto un universo de realidades en cambio permanente y de alta velocidad con dirigentes a destiempo del ritmo.
  Es posible suponer que cualquier tarea realizada con la máquina ofrece un nivel de eficiencia y de velocidad que de otro modo sería imposible realizarlo. La competencia entre lo producido por la máquina puso de manifiesto la incompetencia del hombre, o lo que es lo mismo, la máquina es perfecta pero el hombre sigue siendo la misma criatura de por lo menos diez siglos atrás, pero a los efectos de estas líneas, sigue siendo el mismo que hace veinte años. De modo que una vez que la PC llegó a manos de todos, el beneficio que propone, no hace mejor a quien la posee en relación a otro. Queda por supuesto, la diferencia puntual del grado de habilidad de uno y de otro usuario y desde ahí, pueden plantearse los niveles de eficiencia. Pero es justo decir que los proveedores de software, cada vez realizan sus productos de modo “más amigable”, entendiendo que cada vez es menor el grado de capacitación para su uso. Por lo tanto la ilusión se estableció pretendiendo que toda actividad humana tiene la efectividad y la eficiencia que ofrece la máquina.
  Se propuso la realización de proyectos de toda índole con tiempos de difícil concreción, exigiendo al conjunto humano que los realiza del mismo modo que se exige a la máquina y a sus proveedores de más y más capacidad de trabajo. Las organizaciones se encontraron con la necesidad de colocarse a la altura de lo que la hora exigía proponiendo innovaciones tecnológicas para ganar las carreras que se ponían en juego. Desde los proyectos y métodos constructivos de edificios, puentes y caminos, hasta la realización de películas ó las ya citadas hamburguesas, una permanente exigencia en aumentar la velocidad de la realización de los procesos apareció al igual que la máquina que ofrece velocidades mayores y capacidades mayores a cada momento.
  Convengamos en este punto que la productividad es un objetivo a cumplir para lograr los mejores resultados en la competencia, pero quizás en éstos tiempos habría que evaluar si la exigencia permanente no ha suplido a otros motores de la actividad humana, como por ejemplo el placer y el orgullo por la tarea bien resuelta. La tarea, cualquiera sea ella, queda encorsetada en un cambio sin sosiego de mejora compulsiva alimentada por la ilusión de la eficiencia y el temor a la expulsión.  
  La ilusión queda expuesta en toda su evidencia cuando se pretende que los niveles de la incapacidad humana por darle algún nombre, sean justificados con el método que ofrecen los manuales, los que contienen en un circuito ilusorio la supuesta eficiencia.
  Ya no hay suficiente tiempo para estudiar a fondo los detalles de una cuestión antes de que sea lanzada ya que el método de prueba y error ha condicionado la metodología de trabajo. Recordemos que es mucho más fácil armar un sistema iterativo de respuesta en la PC que dedicar una hora para pensar una ecuación de resolución. Por otro lado son tantas las novedades, que lo que hoy puede ser bueno en diez días puede ser obsoleto. Planteadas las cosas de este modo se aceptan supuestos para las tareas sin contar con el conocimiento de la totalidad de las variables. El desafío de hoy es por lo tanto, abrir un abanico constante de hipótesis para enfrentar los escollos que aparecen en el camino. La improvisación y la capacidad de adaptación están por encima de los planeamientos estratégicos.
  Llevado a un plano local, es similar a la actitud que se tenía con las empresas argentinas en inflación. Todos los días se cambiaban estrategias en función de lo que aparecía en los titulares del día siguiente. Sólo era posible trazar planes generales conducentes a rápidos cambios de rumbo donde  podían obtenerse grandes beneficios  o soportar cuantiosas pérdidas. Pasada esa época, cuando la inflación fue contenida, los empresarios descubrieron cuanta ineficacia tapaba esa situación ya que frente a la inflación la productividad se desdibujaba.
  Quizás más ilustrativa aún sea la historia de la ilusión de la eficiencia en la Segunda Guerra Mundial. Recordemos que la Segunda Guerra al igual que la Primera, ocurrió en Europa. El término Mundial para la primera quizás le quedaba un poco grande, pero para la Segunda, podemos aceptar que ocurrió en casi todos los continentes .
  Los nazis provenían de un universo particularmente obsesivo. Basta estudiar la excusa y posterior desarrollo de la propuesta de la Solución Final, para comprender el grado de obsesión que los perseguía. Crearon en su locura una maquinaria perfecta de eficiencia bélica. Para el año cuarenta, cierta parte de la humanidad tenía sobrados motivos para temer. Una especie de monstruo con una capacidad asombrosa de productividad, se había lanzado a la conquista de nada menos que del viejo mundo. Recordemos también que hasta ese momento, Europa seguía siendo si bien virtual, el centro del Mundo.
  Quien conoce de armas, confieza que una pistola Lüger de la época, era una maquinaria admirable respecto de las obtusas máquinas de matar fabricadas por los americanos ó por los ingleses. De modo que los alemanes generaron y se creyeron su ilusión de eficiencia.           Quizás los pioneros en la búsqueda de la globalidad fueron ellos con métodos hoy considerados toscos, ya que la intentaron a las trompadas pero de algún modo admitámosles cierto grado de originalidad. Ellos fueron los iniciadores de las normativas de fabricación de hasta los más insólitos elementos, normaron más allá de lo que en otros lugares se acostumbraba. Las Normas DIN superaban a esa altura a las Americanas ó Inglesas.  Por lo tanto, también trabajaron con un concepto globalizante pretendiendo algo similar a lo que hoy son las normas ISO
  La ilusión de la eficiencia está relacionada con estas dos grandes particularidades que los nazis nos dejaron para que nos observemos. Hablo de la omnipotencia y la obsesión. Es imprescindible una y la otra para recrear ese mundo de inexorabilidad de los hechos y de trascendencia de las decisiones.
  EEUU para esa época todavía guardaba un aspecto de gran gigante adolescente. Comparado con Europa se portaba de modo impulsivo y desconocido. A pesar de haber sido el gran protagonista de la Primera Guerra todavía guardaba el complejo de hermano menor. Una sociedad cocinándose a fuego lento creaba las reglas morales del universo impoluto, salió a dar una gran respuesta desde el colmo de la supuesta ineficiencia.
  ¿Quién hubiese comparado un Rolls ó un Hispano con un Chevrolet?. Ni que hablar de un Mercedes. Tanto el Packard ó el Duessemberg para la época, no llegaban a opacar la finesa de los otros. Ese mundo desprolijo y revoltoso, luego de un gran susto japonés sin otra escapatoria, puso en marcha la adaptación de su poderosa industria automotriz para sacar armas, tanques, Jeeps y barcos Liberty, con el criterio de que con la cantidad los pasamos por arriba. Por cada acorazado de bolsillo alemán, los yanquis lanzaron diez groseros y pesados Libertys de hormigón armados hasta los dientes.
  Los aviones de la Luftwaffe  mas que los Zero japoneses parecían maravillas voladoras comparadas a aquellos pesados B52. Pero los norteamericanos ofrecieron una respuesta inmediata con la cantidad necesaria para anular toda posibilidad de respuesta. Para los alemanes ese fue el final de su ilusión, luego EE UU tuvo lo suyo.
  Recordemos la moda “orientalista” de los setenta. Basta recordar la prácticas de las artes marciales orientales incorporadas al mundo occidental coincidiendo con el inicio de los primeros trabajos de de Calidad Total, tiempo cero de stock (Just in Time) y tantas otras variantes de los métodos desarrollados en el mundo de los ojos rasgados pasada la segunda década del final de la Segunda Guerra.
  No puede resultarnos complejo asociar esta moda orientalista con un primer empate vergonzoso y una derrota cruel y atroz. Corea y Viet – Nam aún hoy siguen siendo asignaturas pendientes de los que luego de aquella victoria casi insospechada de la Roma Ciudad Abierta en aquella mítica Guerra honorable.
  La computadora personal, su sucesora más perfeccionada la Note Book, fácilmente agrupan un ejército de personajes de la Gran Ilusión.  Ningún objeto después del automóvil ha ofrecido a los cambios sociales ni propuesto sensaciones mayores. Tanto uno como el otro representan los dos grandes iconos del siglo veinte. La PC está instalada en un estadío más avanzado respecto del automóvil en el tiempo y en el espacio. Su gran aporte es su inclusión en el espacio. La computadora ofrece un campo de poder virtual. Esa expresión, lo virtual, estaba reservada a otra clase de ilusionistas como los físicos, los filósofos y los artistas de diferentes disciplinas. Finalmente la virtualidad nos propone situaciones que miradas desde cierta óptica resultan grotescas, como la expresión  “se me cayó el sistema” que da a entender que toda acción queda fuera de control o posibilidad o también en cuando un empleado descree un hecho de la realidad objetiva, porque su virtualidad en la pantalla le informa lo contrario. Pagos ya efectuados con recibo indiscutido, ventas de producto que no se encuentra en almacenes, envíos que no se efectuaron y que figuran realizados forman parte del anecdotario de la religión de los sistemas. Estas situaciones exceden lo formal de la aceptación de mero error, apunto al estupor que se produce al tropezar con la falibilidad de los sistemas. En otras palabras, la virtualidad en lo cotidiano se presenta con suficiente nivel de concritud que pone en duda hechos de la realidad cuando se nos contrapone. Hecho similar a lo que produjo la radio ó la televisión incorporadas a la vida cotidiana cuando se lanzaron a transmitir a nivel masivo. Un ejemplo de la concritud de la virtualidad de la época de la radio nos trae aquella historia tan recordada de los años cuarenta protagonizada por Orson Wells. El que luego fuera el director del film El Ciudadano Kane, realizó con picardía y talento una entrega de la obra La Guerra de los Mundos con la realidad necesaria, que muchos creyeron que la tierra estaba siendo invadida por extraterrestres y produjo escenas de pánico en la sociedad de su país. 

  No hay visos a corto plazo de equilibrar la marcha de la exigencia de la competencia voraz alimentada por la desigualdad de los actores en juego de las fuerzas del trabajo en un marco de ilusión de la eficiencia. 

La entropía ¿es la estropía?


  Sin embargo el tercer factor en juego ya está produciendo cambios en las reglas y en los límites del tema. Todavía estamos lejos de suponerlo un elemento equilibrante pero su observación desde su inclusión al sistema como la posibilidad de producir límites a la producción deben ser tomados en cuenta. Y me refiero al último factor social mencionado que es el de la toma de conciencia del ecosistema.
  Hace menos de treinta años la ecología quedaba reservada a pocos hombres y mujeres, en general cercanos al mundo científico. La humanidad estaba ocupada en explorar el espacio exterior, aumentar los bienes y servicios para un mundo mejor, y en la pelea para repartir el poder de ese mismo mundo.
  El ecosistema era un hecho de la realidad que se modificaba, del que el hombre era su gran responsable pero que nadie consideraba importante su resolución.
  Como suele ocurrir, algún hecho de la historia pone en marcha una maquinaria que lentamente se despereza hasta que entra en movimiento. Una guerra menor en Medio Oriente quebró súbitamente la producción de petróleo. El mundo en su conjunto que disfrutaba del exceso de petróleo de los pozos árabes se encontró con la escasez energética y puso en evidencia, la fragilidad del sistema de producción y de consumo de la energía. La Guerra de Iom Kipur dejó sin combustible los surtidores de occidente y puso en grave peligro la calefacción de los hogares del primer mundo.
  Faltarían diez años para que el tema de la ecología llegara a la trascendencia de las conflictivas del trabajo y de la guerra, la desnutrición infantil o la defensa de los derechos humanos, temas de importancia dentro de los organismos de las causas sociales, pero de poco peso en las decisiones de los arbitrajes políticos y económicos.
  Sin embargo pueden detectarse algunos síntomas de que la inquietud con respecto a la ecología comenzó a hacerse carne dentro de las sociedades. Vale la pena observar algunas señales de cambios en el consumo individual, en las costumbres y en los hábitos.
  No hace mucho tiempo que el concepto de Calidad de Vida cobró importancia, digamos que a partir de mediados de la década de los ochenta la figura del hombre con un vaso de whisky y un cigarrillo colgando de su boca, ha perdido sentido estético. Aquel juego del desafío a la muerte desde el descuido omnipotente a través de la velocidad en los automóviles o motocicletas o las trasnoches humeantes alucinadas por la psicodelia, han perdido vigor. La moda que comenzó inicialmente con las dietas para adelgazar, terminaron  alimentando el aspecto puritano habital de las sociedades, se acuñó el término de fumador pasivo, se limitó la venta del alcohol sin llegar a la altura de la ley seca, pero de todos modos, se alimentó un estilo donde el cuidado del cuerpo propio y ajeno, son el paradigma del concepto de la Calidad de Vida.
  Apenas veinte años antes la moda y los modos de la relación eran la antítesis de esa propuesta. A nadie le importaba el cuidado de sí mismo o por lo menos, existía un inmenso grupo humano que llevaba la transmisión de la cultura y desvalorizaba ese modo de ver la vida y hasta la denunciaba por el egoísmo que proponía.
  Por el contrario, a mediados de los ochenta el yoghurt y la gimnasia eran los nuevos instrumentos de una vida mejor.
  La antítesis de estos modelos es lo que me interesa señalar, independientemente de los resultados de uno y otro modo de presentarlos. La influencia del SIDA completó quizás el círculo. No sólo se exige un cuidado egoísta y personal, sino que el contacto puede llevar a la muerte. A partir de esto, un recital como el de Woodstock se presenta impensable, no tanto por la posibilidad de su realización sino por la legitimación social de lo que significó. En los últimos tiempos no dejó de consumirse drogas, alcohol ni tabaco, sólo que ahora la sociedad lo condena y de algún modo lo culpabiliza. Sin embargo pretendo que algún aspecto de la moda del cuidado del cuerpo excede al mero concepto de Calidad de Vida entendido como cuidado estimulador del narcisismo.
  Humphrey Bogart alcoholizado en el film Casablanca con el marco de las escalas de Así Pasan los Años y el humo del cigarrillo que lo rodeaba,  mostraba también un modo narcisista de héroe que proponía el modelo de la época. Hoy ese héroe perdería peso al presentarse en esas condiciones. Ese es el punto de la singularidad que me interesa destacar.
  Quienes trabajan con el cuerpo y del cuidado como concepto totalizador, consideran que el cuerpo es nuestra casa, es el lugar donde estamos alojados en él y con él vivimos nuestros sentimientos, pensamientos y emociones. Ocurre que luego de años de despreciar el cuerpo, en particular desde los intelectuales que valorizaban nuestros sentidos como canal de nuestras emociones y pensamientos, hoy se considera que nuestras piernas, estómago y sexo son partes tan valiosas para nuestra vida como aquella que se sostiene debajo de nuestro cuero cabelludo.
  La casa entonces comienza a ser cuidada con religiosa devoción. Ejércitos de cuarentones y cincuentonas recorren plazas y parques al trote, infinitos tratamiento de nutrición aseguran equilibrios vitales y las dietas, por supuesto también están las dietas que cuidan el tan temible colesterol. Y esto es un principio.
  Me atrevo a asociar este fenómeno con el de la toma de conciencia del equilibrio ecológico aunque parezca exagerado, tan exagerado como lo es el cuidado de los cuerpos propios y ajenos enmarcados en el concepto de la Calidad de Vida. Diría aún a riesgo de caer en una generalización, que los modos de cuidado son el indicio de un modo reactivo de “pulsar” el desequilibrio ecológico.
  Del mismo modo que durante siglos el cuidado del cuerpo estaba mal visto o por lo menos ignorado, la toma de conciencia de que el cuerpo es nuestra casa, es equivalente a que la Tierra, nuestro viejo globo que gira, es la casa de todos los que andamos sobre ella.
  Si bien parece esta una verdad de perogrullo, es tan poco probable que la sociedad realice acciones en dirección al cuidado del medio, tanto como lo realiza para cuidar los derechos humanos en los lugares verdaderamente sojuzgados o de resolver la contradicción del requerimiento de la eficiencia de los procesos de producción globales frente a la necesidad de la realización de la individualidad humana.
 N ¿Cuál es el punto de contacto entonces entre éste fenómeno y la cuestión del trabajo? Algunos son generales, y otros puede que sean específicos.
  El trabajo está asociado a la producción de bienes y servicios. Para la realización de unos y otros es preciso contar con fuentes de energía. El concepto físico de trabajo desde el punto de vista del segundo principio de la termodinámica, enunciado en pleno positivismo decimonónico por Sadi Carnot, nos dice que para su realización, es preciso contar con una fuente caliente y otra fría de energía. El trabajo que pueda realizarse entre ambas, deja un residuo en la fuente fría que en un modo más específico significa, que la realización de trabajo implica necesariamente un aumento de la entropía del sistema. En términos menos específicos significa que la realización de trabajo deja necesariamente un resto que será ó no aprovechado como fuente para un nuevo proceso, pero que finalmente quedará como residuo en la fuente fría final del ultimo proceso.
Nuestra Tierra para muchos procesos de interacción con el Universo es una fuente caliente de emisión de Energía que permite que la Ley de la tendencia a la máxima entropía se mantenga en equilibrio. Esto significa en otros términos que la posibilidad de que nuestro planeta sea un emisor, permite “limpiar” sus residuos a otros lugares considerados fuentes frías dentro del sistema universal. En términos energéticos puros,si lográramos enviar todos los residuos que somos capaces de producir al universo infinito, el problema del equilibrio ecológico no existiría.
  Pero nada es perfecto. En principio no todo puede ser visto como principios energéticos puros, luego aún si lo fuera, hay distintos modos de establecer “calidades” de intercambio y por último y lo que es peor, el intercambio con el universo infinito está relacionado con la energía intrínseca de la Fuente Tierra. Esto quiere decir que por ahora las modificaciones de los niveles de energía respecto de la masa que nuestro planeta es capaz de recibir del Sol, más la que tiene acumulada por años en carbón petróleo etc., tiene proporciones acotadas respecto de su emisión extraordinaria. Se entendiende como emisión extraordinaria aquella que naturalmente el ecosistema no habría generado en forma espontánea.
  Por años se supuso que todo aquel hecho natural como erupciones de volcanes, terremotos o cualquier otra forma de emisión de energía no eran hechos de emisión extraordinaria puesto que de por sí, eran hechos naturales por los que la mano del hombre no había intervenido.
  Cualquier emisión en la que el hombre haya intervenido, como una bomba atómica, el humo de una chimenea de una fábrica o la quema del rastrojo en los campos, podía ser considerado de ese modo un hecho extraordinario. Sin embargo, al definir los niveles en juego, podría decirse que no todo puede ser considerado efecto extraordinario.
  Si se tomara el conjunto universo o tan sólo nuestro planeta como objeto de estudio, los hechos extraordinarios pasarían a ser parte de un nuevo equilibrio, entendiendo esto como que integrado, el hombre en su conjunto no modifica variables absolutas. Visto desde ese punto, la acción que el hombre ejerce sobre el medio, podría verse como un hecho “natural”,  entendiendo que el hombre es parte de la naturaleza por lo que es tan natural la construcción que realiza un castor como la ejecución de una represa y por extensión, la explosión de una bomba atómica.
  Pero esa forma parcial de observar el fenómeno deja de lado factores básicos para la vida del hombre. Para la Tierra que el hombre está acostumbrado a vivir y que por el momento necesita, no es suficiente el exclusivo análisis energético de la cosa.
  Mares y ciudades poluídas, basureros atómicos, errores de maniobras en centrales, represas hidráulicas que rompen el equilibrio ictícola y por supuesto, la caza indiscriminada que genera especies en extinción, ponen en peligro un modo conocido de vida hasta el momento.
  A principios de los años ochenta ya fuera de los circuitos científicos, se tenía claro que el problema no era el de encontrar fuentes de energía alternativas al petróleo como por ejemplo la energía atómica o incluso la solar, sino que el verdadero desafío a resolver era la administración de la energía disponible de emitir tal que generara el residuo que la tierra fuera capaz de tolerar.
  No alcanza con realizar los procesos de elaboración lo más “limpios” posibles, sino que el límite verdadero está en la imposibilidad de que el sistema lo tolere por el sólo balance energético puro.
   Esto que ya lleva más de veinte años de trabajo desde los lugares más llanos adaptado a la cuestión ecológica específica y por lo menos cincuenta años desde los círculos más estrechos, encierra una realidad que hasta ahora no se había planteado. El hombre encontró un límite a la expansión de su capacidad creativa que pronto se pondrá en evidencia.
  Quienes manejan las cifras tanto desde los organismos de cuidado de los sistemas, como también desde la industria privada, saben que el dilema está a la vuelta de la esquina. Los niveles de emisión y contaminación han cambiado el clima del mundo y muchas voces aseguran que ciertas calamidades atmosféricas están relacionadas con eso.
  Hay un paso previo a la limitación del uso de la energía y es el uso de la misma del modo menos contaminante, vale decir, considerando que se tome el cuidado en la calidad del residuo. Por ahora ése es un principio de contribución de las fuentes generadoras de trabajo que hacen al cuidado del medio,ya que se está incluyendo en las normas ISO 14000 el cuidado del medio ambiente. De acuerdo a las especulaciones que se realizan en el ámbito científico el segundo paso, que es la utilización de los procesos y de la energía como un bien escaso, está acechando en ciernes. Queda un punto para aclarar al respecto de la limpieza de los residuos. La paradoja se presenta del siguiente modo: Por el hecho de purificar los residuos, es necesario invertir no sólo recursos económicos sino que también, lo que se invierte es energía. En términos concretos, una planta purificadora de agua o de aire, requiere de energía para funcionar, lo que desde el punto de vista ecológico sigue siendo nefasto, ya que lo que se gasta es el gran bien escaso futuro, la energía o lo que es peor aún, el residuo que se produce por la emisión de esa energía de “limpieza”. Por lo tanto, cuanto más se procura evitar el conflicto ecológico, por el otro lado se lo incrementa. Por ahora éste es un límite de hierro que se incluye en el punto de vista filosófico de Carnot.
  Cualquiera sea el hecho hay varias conjeturas que modifican el modo de encarar la organización del trabajo. Consideremos que la computadora produjo una ilusión de eficiencia y de algún modo, colaboró en la ilusión de progreso infinito tan cara al modo de ver la vida desde mediados del siglo diecinueve hasta la fecha, el planteo del equilibrio ecológico viene a poner un freno a tanta comodidad.
  La limitación que el cuidado de la ecología exige, coloca a la humanidad productiva en un dilema hasta ahora desconocido. Similar a la conciencia de la muerte en las personas, el límite ecológico todavía solapadamente, incorpora un ingrediente que modifica el modo de ver el trabajo como extensión al dilema general de la limitación en sí misma.
  Aún frente al conflicto de los misiles soviéticos en Cuba, la humanidad nunca se vio enfrentada a la hipótesis de autodestrucción como hasta ahora. En aquella época, desde la acción directa en las calles, como en las expresiones mediáticas de todo tipo, se reflejaba el miedo y el repudio a un acto insensato de riesgo a la seguridad mundial. Luego de ese episodio pasaron otros que dejaron al conjunto humano en un estadío de acostumbramiento adormecido, adaptado a la posibilidad de la catástrofe. Hace poco, frente a la hipótesis del descalabro de los sistemas (otra vez las computadoras),  también la humanidad sintió el peligro inminente frente al síndrome del 2000. No sólo corría peligro todo el sistema financiero, el de almacenamiento de la cultura y demás, sino que lo que se suponía podía ser el gran riesgo, era que todos los sistemas de misiles y ojivas nucleares, también eran controladas por computadoras. Felizmente hasta ahora, desde aquel enfrentamiento entre titanes que fue el de Kennedy y Kruschoff, hasta el síndrome 2000, la humanidad sigue, junto a los que todavía la acompañan, arriba de esta inmensa piedra giratoria. Pero cada hecho jalona una parte de la memoria colectiva.
  Ahora, es la sola actividad cotidiana la que produce si bien no la catástrofe inminente, una posibilidad de muerte prematura, o quizás y ése es el detalle más engorroso, una vida insalubre limitada cada día más, como aquel que por exceso del tabaco, alcohol o drogas, mina su salud anticipadamente.
  Si bien no es puramente consciente en todos los casos, una pátina de rigor respecto de estas cuestiones se está introduciendo en la actividad humana. Se nota cierto poco apego al objeto de la actividad que se realiza. A pesar de los esfuerzos de muchas organizaciones, por impulsar “cariño” en la tarea y la institución, cierto desamor se pone de manifiesto entre los que participan del trabajo.
  Es cierto que por lo dicho en párrafos anteriores las condiciones en que se desarrolla el trabajo en esta época dista mucho de ser amigable pero también es cierto, que jamás fue un lecho de rosas.
  Sin embargo, una cierta mística hizo posible la construcción de las pirámides y de los principios básicos de aquello que hoy es parte de nuestro día a día, la energía eléctrica, el automóvil, la televisión, la red de Internet. Basta recordar el apego al conjunto que hasta la década del noventa cualquier trabajador hacía de su trabajo. Cierto enamoramiento hacia el producto o hacia el símbolo de la actividad que desarrollaba, el trabajador del nivel que fuere, llevaba un apego a lo creativo del objeto del negocio, de la empresa y de su trabajo.
  Creo a esta altura suponer que ese apego se está perdiendo. A tal punto que en otro artículo describo cierto desdén, por lo que en algún momento fuera fuego de pasiones, las marcas y modelos de automóviles en competición. A pesar de las campañas, los integrantes de las organizaciones, están más preocupados por su propio crecimiento y seguridad, que por lo mismo de la empresa donde trabajan.
  El producto o servicio que vende la empresa, pasa a ser una mera excusa para las compañías, las que analizan la rentabilidad por área y por producto, ya que rápidamente dejan de lado aquello que perturbe la normal política de la empresa. Si bien los objetivos políticos y económicos han primado siempre, hoy más que nunca los objetos que se producen tienen alma de papel.
  También el espacio y el tiempo de una persona en un lugar de trabajo aún en sociedades de trabajo demandado, ha perdido consistencia de seguridad, tanto del lado de la empresa como del que trabaja en ella.
  Da lo mismo para muchos fabricar chocolates que aviones. Desde lo personal se nota un desapego del compromiso con las tareas y con los productos. Los funcionarios que han pasado por entrenamiento en los últimos años en las grandes compañías, quedan preparados para ocupar cualquier puesto en cualquier lado y esa es su mayor capacitación que en general llevan puesta al ser valorados en las búsquedas de nuevos trabajos. La ductilidad para el cambio y la capacidad para enfrentar nuevos desafíos, son los bienes preciados para éste momento.
  A pesar de que hasta ahora en occidente no hemos llegado a los extremos de los trabajadores japoneses de los años setenta, que realizaban huelgas por considerar que los productos que fabricaban estaban perdiendo calidad en haras de máximas rentabilidades, los trabajadores de cualquier actividad hasta los noventa, mantenían un orgullo personal por el objeto o el servicio del que participaban.
  Esta sensación se sostuvo aún en plena lucha obrera de la primera mitad del siglo veinte. El orgullo por el oficio y el trabajo era un clásico de las reivindicaciones clasistas y si bien el trabajo organizado ha tenido cambios, algunos expresados en párrafos anteriores, creo que buena parte de la modificación en el interés por la actividad, tiene que ver con el conocimiento subyacente, de la responsabilidad que las sociedades más desarrolladas tienen del deterioro progresivo al que se expone nuestro planeta.
  No pretendo decir aquí que un trabajador del acero alemán o un ejecutivo de las finanzas inglés, se rasguen las vestiduras porque tomaron conciencia de que su trabajo ensucia su casa, nada de eso. Pero cierta parte de la verificación del colapso ecológico influye en el inconsciente colectivo donde están insertos produciendo cambios en las conductas ligadas al trabajo y a la producción.
  No olvidemos que la dorada década de los sesenta produjo los movimientos pacifistas que rompieron con las reglas de la moral y de las buenas costumbres que hasta ese momento sostuvieron a occidente, incluso corrieron el eje de las luchas sociales por valores diferentes. El final de la década que jalonaría los acontecimientos del 68 con la imaginación al poder en París ó las luchas revolucionarias de distinto color en América, buena parte tuvieron que ver, con la consciencia de la autodestrucción que generó la experiencia de Hiroshima y Nagasaki y la lucha de la guerra fría con el acontecimiento de Cuba y los misiles.
  La presencia del límite irá proponiendo nuevos caminos alternativos a la Ilusión de La Eficiencia rompiendo la apatía que en esta época propone la actividad humana.
  Surgirán nuevos desafíos superadores al del mercado actual que exijan a la sociedad emprendedora hoy claramente pautada en occidente, a enfrentar el desafío nuevo de las próximas generaciones y seguramente tendrá que tener en cuenta el uso de la energía como bien escaso y de la tierra como fuente fría limitada.
  Por otro lado, nada está dicho respecto de los nuevos acontecimientos que vendrán, tanto en el terreno de los equilibrios de fuerzas entre los actores readaptados del trabajo y de sus también ajustados contratadores, como los nuevos usos de la computación, comunicación y elementos superadores. Quizás, el nudo de mayor dificultad en tanto y en cuanto el hombre siga produciendo en su planeta sea el último, ese que hoy parece intrascendente para los actores del poder político, económico, y de las representaciones del trabajo, pero que pone el verdadero límite a la condición humana respecto de su medio.
   La cuestión asociada al trabajo en lo referente a la expulsión creciente de población de puestos de trabajo sumada a la falta de cuidado por los resultados indeseables de un uso irracional de la energía hace suponer que la humanidad se mueve en direcciones contrapuestas a la supuesta razón.
  Para poder ver algunos fenómenos sociales como el descripto, podemos hacer uso de un instrumento conocido llamado tensor, que no es mas que una matriz multidierccional de vectores que representan la direccionalidad de cada tema a analizar. Es un instrumento matemático algo complejo ( cada vector está representado por una ecuación diferencial de varias variables) que se utiliza entre otros, en el estudio de las fuerzas en su interacción. La interpolación de los aportes de la física a los procesos sociales no va a ser el único en este trabajo.
  Es a autonomía espontánea de los acontecimientos, una vez ocurridos, suele explicarse desde las justificaciones que las teorías del comportamiento humano conoce, como también por asociaciones a conceptos fenomenológicos similares, tal como expreso en el párrafo del tensor.
  Este preámbulo viene a cuento de suponer que el modo espontáneo de la utilización de los recursos productivos y del cambio del uso de los factores de poder, orilla los límites del universo en el que están inscriptos. Vale decir, que hasta que no se agota el estímulo que se interrelacione con los otros y el modelo de interrelación que se incorporó como ley, nada puede ser interrumpido por el mero albedrío de los que son parte. Estos procesos se disparan y son disparadores en reacción en cadena con otros, en un ciclo iterativo no convergente. Es decir, que si bien es posible interpretar la tendencia, nunca puede definirse ésta como definitiva ni asegurar su convergencia final, ni tampoco, la dirección posterior que la supere. Por otra parte, los mismos factores sociales citados, son actores de ese proceso por lo cual, no tienen distancia operativa para que puedan ser modificadores de esa tendencia vectorial a la cual pertenecen. Podemos citar para agregar otras similitudes físicas, el concepto de acción y reacción propuesto por Newton. Cada vector que interviene en ese proceso, genera como contrapartida otro complementario, que visto desde el vector generador genera pautas reactivas de tendencia equilibrante. La construcción de ambas figuras produce una tercera que la diferencia de las anteriores en un cuantum establecido de carga y así sucesivamente se va armando la matriz.
  Volviendo a lo concreto se podría citar que la computación y la racionalización de los recursos, permitiendo que más bienes y objetos sean resueltos por menos personas, no trae un cambio formal del modo de resolver el trabajo en las sociedades.
  Cuando las primeras computadoras comenzaron a funcionar a fines de la década del cincuenta, se suponía que la humanidad bajaría la carga horaria destinada al trabajo, la que sería reemplazada por robots y proporcionaría mayor tiempo libre a las personas para otras actividades. Sin embargo, pasado un tiempo y por todo lo observado, la tendencia no parece ir en esa dirección.
  La reacción a la supuesta eficiencia ya fue desarrollada anteriormente y la respuesta a diferentes formas de equilibrio, con el cuantum establecido también fue citado, por ejemplo al hablar de la necesidad obligada del uso de la informática por todos los niveles o la paradoja del incremento inimaginado del consumo del papel. El resultado del manejo espontáneo de la mayor producción de bienes y servicios disponibles, es la utilización en expansión geométrica de la energía y su posterior conflicto entrópico.
  Si nos remitimos al concepto de Entropía como la probabilidad de ocurrencia de un fenómeno, podemos afirmar que una partícula de agua en el punto superior de una catarata, tiene una probabilidad determinada de caer por la cascada al lecho del río que la espera en su cauce. Esa situación de inevitavilidad de los hechos, colocada en paralelo con el tema de la energía y del trabajo, nos hace suponer que el tratamiento serio del problema ecológico, deberá llegar a situaciones límites hasta que la humanidad se fuerce a soportarlo. En otros términos, no es posible conocer hoy a priori cual va a ser el mecanismo que se pondrá en juego para producir esa matriz, donde el cuantum diferenciador debe ser necesariamente limitador de la acción. Cuanta mayor acción hasta ahora, implica mayor consumo energético y más aún cuando como ya se ha mencionado, se intenta “limpiar” la energía. Podemos observar un primer vector en este inicio del siglo veintiuno en las respuestas contrarias a la globalización desde los lugares y los enfoques diferentes. Otro segundo vector que ya ha producido un enfrentamiento con el límite, es la lucha por evitar la propagación del SIDA. Y por supuesto, el trabajo sistemático que vienen desarrollando desde hace más de veinte años, los grupos ecologistas desde sus diferentes posturas.
  Quizás, el ataque a las Torres dispare además directrices negativas otras variantes al respecto, no es posible hoy saberlo y aún queda un largo camino por recorrer, sin dudas, ese mundo inundado de ocio que esperaba aquel final del modernismo de mitades del siglo veinte, para el siglo veintiuno haya quedado olvidado en el camino. Por el contrario, el límite al trabajo es cada vez más lábil en la medida que azorada la sociedad, no logra adecuarse a las imposiciones de las nuevas variables. A pesar de la inmensa disponibilidad para la producción de bienes y de servicios, el mundo del ocio está cada vez más lejos. Si pudiéramos retratar los vectores de la ilusión del ocio por ejemplo y el de la necesidad de dar respuestas laborales, veríamos que se dirigen a lugares con tendencias divergentes. ¿Acaso el ocio humano es una condición ajena a su ser intrínseco? Trabajosamente la historia nos ha enseñado que las sociedades que accedieron al ocio, fatalmente transitaron la curva de su decadencia hasta en muchos casos, la de su desaparición.
  Hace más de veinte años un ecologista argentino expresaba estos conceptos desde su cátedra de la Facultad de Ingeniería de Buenos Aires. Me refiero al Ing. Jacobo Agrest. Se preguntaba ese gran maestro, en que lugar de la curva estaba situada nuestra humanidad. Estos conceptos de entropía –estropía eran vertidos con su singular brillantez y particular verba y conocimiento. El punto en cuestión a que se refería, era al de la curva de crecimiento de las sociedades realizadas en laboratorios con moscas en botellas.
  Explicaba el profesor, que estudios del comportamiento de las sociedades se realizaban con simulaciones varias. El experimento consistía en colocar una masa mínima crítica de moscas en un volumen acotado, una botella por ejemplo. La curva de crecimiento demográfico dentro de la botella, obedecía casi en una copia rigurosa, al que experimenta el acero sometido a la tracción en la llamada Ley de Hook. Para los que conocemos la curva del comportamiento del tan noble metal, sabemos que el acero sufre un estiramiento elástico al principio muy prolongado de comportamiento lineal. Posterior a ese momento, al seguir aumentando la tensión, comienza el estiramiento sin retorno en un período llamado de fluencia, donde la relación fuerza – estiramiento dibuja una especie de serrucho horizontal inaugurando la parte de la curva donde los estiramientos ya son superiores a la fuerza, para llegar a la última etapa, donde a pesar de que se reduce la tensión, el estiramiento es inevitable hasta llegar a la rotura.
  La observación con la población de las moscas es la siguiente. Un primer período de crecimiento lineal, un segundo período donde el crecimiento se detiene y mantiene un flujo de población estable oscilante entre valores máximos y mínimos, para luego caer a un descenso inevitable y continuo hasta llegar a la desaparición total de la población.
  Otra similitud aplicada a la curva del acero se sugiere con el comportamiento que tiene ese metal cuando se interrumpe el ensayo en los diferentes momentos de las tres estaciones. La barra de acero en período elástico cuando mantiene un comportamiento lineal, al interrumpir la carga que se la somete, vuelve al punto anterior, es decir no guarda memoria del hecho. De realizar la interrupción en la fluencia y aún en el primer período creciente de tensión – deformación, la barra ya no guarda las mismas dimensiones y su resistencia física elástica aumenta hasta el punto en que se detuvo el ensayo por lo que si se la somete a un ensayo posterior, el período elástico se incrementa tanto cuanto se la estiró. Por otra parte, el material se endurece, la curva se “empina “, lo que significa que se requiere mas fuerza para lograr las mismas deformaciones que antes de la experiencia. Esta característica se llama “acritud”, tiene como ventaja una mayor resistencia, pero a cambio el acero pierde la fluencia, significa que llegado al punto de someterse a la carga superior al de la interrupción del ensayo anterior, la barra se deforma hasta el colapso, ya sin el aviso de la fluencia y con un desenlace más rápido.   
  Don Jacobo Agrest en sus cátedras de las mañanas de los sábados se preguntaba en que punto de la curva se encontraba la humanidad en aquel momento, donde la lluvia ácida y el efecto invernadero se habían instalado definitivamente. Asociaba la pregunta en relación al vínculo con la energía a que la humanidad se sometía. Para esa época, pese al respeto que por él todos profesábamos, entendíamos que de algún modo, no hacía más que proyectar esa pregunta frente a su destino próximo que inevitablemente le acechaba la vida. Por fortuna, he llegado hasta la fecha en que escribo estas líneas donde si bien todavía estoy lejos del momento vital donde el sabio pronunciaba esas palabras, tengo la distancia suficiente como para comprender su sabiduría con menores prejuicios.
  El paralelo en el análisis del profesor se basaba en las curvas de la utilización de la energía comparadas a las de funcionamiento de la sociedad de las moscas en la botella. Veremos que ese modo de interpretar el corte de la matriz tensorial es poco inocente.
  Para la época, el crecimiento del consumo de la energía se mantenía creciente a lo largo del tiempo. No obedecía a un comportamiento exactamente lineal, pero se lo podía interpolar a los efectos de su interpretación. En los finales de los años setenta, la pregunta que se hacía el anciano sabio, era a que distancia del período de fluencia se encontraba la humanidad respecto del uso de la energía. Hoy, cuando el tema está instalado, podemos suponer que si bien pueda no ser éste el momento, la fluencia debe estar cercana. Surgen de inmediato más interrogantes que respuestas respecto de este modo de ver las cosas:
  Como el viejo maestro, hoy nos podríamos interrogar ¿Es posible interpretar esa divergencia de la abundancia de los recursos respecto de la insatisfacción de las necesidades sociales como una posibilidad de que la fluencia ya haya sido superada?. ¿Es posible que un uso racional de la energía coloque a la humanidad en un estado de acritud?. ¿Podemos interpretar que las modificaciones permanentes del ecosistema nos indicaran que se superó el período elástico?
  Volviendo al tema que nos ocupa, ¿Qué influencia en el mundo del trabajo tiene este factor?
  Ya se ha citado que la energía y su uso es la base fundamental del universo del trabajo. Toda modificación en relación a ella, gravita en los diferentes vectores que forman esa matriz.
  Por ejemplo, el viejo dicho que reza “lo que no te mata te fortalece” ¿estará ligado al concepto de acritud?. Se supone que cuando se menciona esa frase se tiene presente hechos que modifican la historia de los involucados, por lo cual lo que no mata es lo suficientemente doloroso como para cambiar alguna posición supuesta de equilibrio, pero sin llegar al límite de la rotura.
  El fortalecido sale de esa situación con una nueva propiedad de acritud. Aumenta su fortaleza pero también su fragilidad. Es curioso y sugerente la utilización de la expresión resiliencia apareada con conceptos del modo que hoy presento la de acritud. La resiliencia por definición, es la capacidad medida en términos energéticos que los materiales tienen para absorber el impacto. Volviendo a Newton, la ecuación que liga al impacto con la cantidad de movimiento, generó el concepto de resiliencia, la que suele medirse con ensayo de nombre Charpy-Darcy que obliga a un péndulo calibrado a impactar sobre una probeta normalizada. El desvío que el péndulo realiza  luego del choque, tiene una relación energética medida en Joules, que determina el grado de resiliencia del material. Asociada a las ciencias sociales, la resiliencia es la propiedad que tienen los grupos humanos para absorber situaciones límites. Se considera que pequeñas situaciones de conflicto, incrementa la resiliencia o lo que es lo mismo, la capacidad para absorber situaciones límites. Lo curioso del hecho es que, la utilización de la expresión resiliencia no expresa los precios que por esa fortaleza deban pagarse. Para los metales, habitualmente la acritud baja el nivel de resiliencia ya que los metales con mayor ductilidad poseen mayor capacidad para recibir impacto.
  A diferencia de lo que se propone para las ciencias sociales, en los metales la resiliencia es una propiedad que se logra con tratamientos térmicos de cuidado para eliminar tensiones, como por ejemplo el normalizado y el recocido, que son tratamientos térmicos que se realizan en el acero para aumentar la resiliencia, todos ellos son pasivadores de acritud, la que se obtiene por procesos de tensión de deformación del grano metálico o macla.
  Cada situación límite o por lo menos de cierta tensión, colocan a las personas en estados antitéticos a la resiliencia. Diría que una persona posee mayor resiliencia en los primeros momentos de su vida a partir de lo observado en algunas catástrofes por la capacidad de sobrevida que se observa en los bebés a pesar de su fragilidad. Poseen mayor resistencia al hambre y a la falta de oxígeno respecto de los mayores. De modo que la acritud implica que las fortalezas obtenidas a partir de situaciones límites superadas, otorgan resistencia y fortaleza a costa de la ductilidad.  
  Los actuales manuales de uso del trabajo poseen modos operativos con aparente ductilidad, son sólidos y eficientes. Habrá que esperar para ver en que medida podrán adaptarse sin quebrantarse frente a situaciones que los superen en tensión. Del mismo modo las relaciones laborales a partir del encuadre del cliente interno, tendrán que ser observadas para analizar su comportamiento cuando sean sometidas a variables superadoras de ese contexto, que sabemos que la condición humana va a producir.
  Y finalmente, frente al desafío de la administración de la escasez de la energía,

habrá que estar atentos a la caída de la ilusión de la eficiencia, su posterior repercusión y las de las respuestas que se puedan imaginar en ese contexto.